Aunque en esto del coronavirus hay tantas opiniones y opinadores como seleccionadores nacionales de futbol y sólo se podrán sacar conclusiones verdaderamente científicas cuando sñolo hablen de ello los que de verdad saben, una de las conclusiones que se pueden adelantar, sin temor de equivocarme, es que la de político es una profesión de riesgo en los tiempos que corren. Ahí están Ortega Smith, Ana Pastor e Irene Montero, para ejemplificar el espectro político de derecha a izquierda.
El político de hoy no es nada si no besuquea abraza y se deja hacer un selfie con el primero que se cruza en su camino. Lo de abrazafarolas de José María García tiene perfecta actualidad. Un político en campaña es el receptor y transmisor ideal que los libros de Epidemiología describen. Se besa, se roza, se magrea con el elector en eso que los gacetilleros de los años gloriosos del periodismo describían como baños de masas y “olor de multitudes”. Nada volverá a ser igual en la práctica del marketing político después de la crisis del coronavirus y en las Facultades de la Comunicación ya se revisan los manuales de campaña. Se acabó el magreo, el besuqueo y las efusiones, algo que será un alivio para muchos, tanto en el bando del que da como del que recibe.
La otra certeza que muchos sospechamos, aunque uno tema que mañana mismo los hechos le desmientan como a esos comentaristas de futbol que en cuanto hablan de una buena defensa empiezan a caer los goles, es que la España vaciada respira ahora aliviada y no añora, ni mucho menos, que le venga encima uno de esos éxodo inversos desde las ciudades declaradas en estado de sitio y alarma, que ayer mismo parecían inverosímiles. Pero por lo pronto, han empezado a aparecer, como en el verano, abuelos con casa en el pueblo de siempre y ahora convertida en segunda residencia, y nietos con las vacaciones del coronavirus.
A uno no le extrañaría, que si el tiempo acompaña lo más mínimo, los próximos fines de semana sean como esos de julio y agosto en los que el pueblo multiplica su población, las casas se habitan hasta el pleno y las noches se llenan de voces jóvenes con ganas de vivir. Ya se sabe que el medio rural y la ausencia tradicional de miasmas pestíferas en la vuelta a la vida natural siempre tuvo muy buena prensa y ahí están los personajes del Decamerón de Bocaccio que huyen de la peste florentina y pasan el tiempo narrando historias. Aquí en el pueblo la gente se debate entre aprovechar la ocasión y trasladar para abril la tradicional semana deportivo cultural y el temor de que desde Madrid llegue con ellos el coronavirus.
No hay manera de eludir el monotema.