De marzo sólo me gusta la llegada inevitable de la primavera. Por lo demás es un mes de ventoleras, de cambios meteorológicos que le sacan a uno de punto. Marzo me desconcierta. Me revuelve la meteorología interior. Nunca sabe uno cómo va a salir el día y cómo va a acabar. Para muestra el presente. Y mira que en casi su final uno cumple años y tendría que gustarle su mes. Pero no. Hace años que decidí que celebraría mi santo, que es San Pedro, a pesar de mi escepticismo religioso, allá por los finales de junio porque es un momento del año en el que es difícil que alguien o algo te estropee la fiesta. De marzo y sus idus que le pregunten a un tal Cayo Julio César, a ver qué dice.

Y si uno es español y ha vivido en España durante estos veinte años del siglo que corre, marzo le trae, con sus ventarrones, sus tardes que amagan hacia el verano y sus tormentas inesperadas, un regusto a tragedia, a alarma, a catástrofe, a tiempo excepcional.

En el 11-M de 2004, algo muy importante se rompió en el sistema que durante treinta años había funcionado y había permitido salvar casi tantos años de dictadura sin apenas heridas. Se rompió un acuerdo tácito entre la izquierda y la derecha y por primera vez en un país occidental se utilizó un atentado terrorista como arma electoral y se culpó a sus gobernantes de haber provocado ciento noventa y dos muertos. Desde ese día, nada ha sido ya igual en España, por mucho que después volviera a regir un engañoso turno de izquierda y derecha. Los populismos han arrastrado hacia el monte a la izquierda sensata y han dividido a una derecha descentrada. La izquierda ha recuperado aquel marxismo de antes de Felipe González en una versión venezolana y televisiva en la que la lucha de clases, sustituido el concepto por cualquier tema en el que se pueda lograr la confrontación y la diferencia, se actualiza como motor de la historia. Su gran triunfo ha sido conseguir que un grupo radical confronte con ellos, afirme su estrategia y rompa la derecha.

Con ese panorama, piensa uno que a lo mejor una catástrofe y una situación sin precedentes como la que vivimos en este nuevo y trágico marzo, podría servir para que lo que se rompió aquel 11-M empiece a componerse.

Uno ve brotes verdes en la sesión última celebrada esta semana en el Congreso de los Diputados con un Pablo Casado impecable en su apoyo al gobierno de Sánchez y en esos balcones que a las ocho de la tarde se llenan para aplaudir y cantar a la gente que trabaja estos días porque todo pase cuanto antes. Claro, que no faltan nubarrones para enturbiar el panorama hacia la primavera, y la pretensión de utilizar por los que viven de la confrontación esos mismos balcones para atacar a un pilar básico del sistema, lo demuestra. De marzo a marzo, esperemos que para bien.