Ahora que se nos ha venido encima una epidemia que marcará el siglo XXI, como marcó al XX la mal llamada gripe española, algunos han resucitado el clásico debate sobre la constitución del Estado, el Leviatán de Hobbes, el contrato social de Locke y Rousseau: “En el estado de naturaleza, antes de existir ningún gobierno, todo hombre desea conservar su propia libertad, pero adquirir dominio sobre los demás; ambos deseos están dictados por el instinto de conservación. De este conflicto surge una guerra de todos contra todos que hace la vida asquerosa, brutal y corta. En un estado de naturaleza no hay propiedad, justicia ni injusticia; hay solamente guerra, y la fuerza y el engaño son, en la guerra las dos virtudes cardinales… los hombres se libran de esos males reuniéndose en comunidades, cada una de las cuales está sujeta a una autoridad central… esto, se dice, ha ocurrido con un contrato social. El interés particular lleva a renunciar a la soberanía propia para delegarla en los gobernantes…".

En estos días también se dice y repite machaconamente que “juntos y unidos” venceremos y alguien ya ha llamado la atención sobre que la paradoja en este caso es que la unión lo que verdaderamente supone es aislamiento, individualismo y al fin y al cabo el triunfo de aquel “interés particular” que según Adam Smith mueve el mundo porque nos mueve a cada uno. Algo arraigado en la naturaleza humana y de imposible redención. Cuando uno reconoce en sus actos su egoísmo empieza a salvarse. El interés particular del aislamiento y la renuncia a la libertad nos salva hoy del Covid 19.

Virgilio Jarana, quinto y amigo de mi padre, tenía un bar en mi pueblo allá por los años setenta y ochenta del siglo pasado, y no tuvo mejor ocurrencia que poner dos sinfonolas de aquellas que funcionaban con una moneda de cinco pesetas por cada disco que sonaba, previamente seleccionado por el usuario. El cacharro no faltaba en casi ningún bar de entonces, aunque siempre había taberneros que se resistían a la murga de tener que oír por obligación lo que la clientela quería escuchar, por mucho duro que le metiera a la máquina de hacer ruido.

Lo que pasaba en casa en el bar de Jarana estaba cantado: uno ponía a Manolo Escobar en una de las máquinas tocadiscos y al momento ya había alguien que por joder el invento y vacilar un poco ponía en la otra a Los Bravos o a Karina. En fin, una barahunda imposible que se agragba al ruido natural de nuestros bares.

Mi padre un día le hacía reflexionar a su amigo y le decía: -“Pero hombre, Jarana, cómo se te ocurre poner dos tocadiscos, ¿no te das cuenta de que vamos a acabar todos, y tú el primero con la cabeza como un bombo?”

-“ ¿Por qué va a ser, López -contestó Jarana-, pues por el jodío ansia de los dos duros.”

Reconocer el jodío ansia que todo lo mueve es reconocer hoy el interés particular que nos salva del virus. No hay otra. Sólo poesía lírica y malos poetas.