Camaradas de la Santa Cofradía de la Mesa el Arte y los yantares, antes de que me hagáis la autocrítica me la haré yo. No quiero que me pase como a aquel Jorge Semprún, el que fuera ministro de Cultura de Felipe González, cuando era del PCE y se llamaba Federico Sánchez, cuando en una reunión del politburó un compañero le dijo: “Camarada, te vamos a hacer la autocrítica”, que ya se sabe como acaban estas cosas.
Amigos y compañeros todos: me acuso de haberme hecho una paella en mi confinamiento y habérmela comido en la más estricta intimidad conmigo mismo, algo, que como sabe hasta el último llegado a la cosa de la cocina, es un pecado de difícil perdón. En mi descargo alego que estoy confinado y soy mi única compañía humana.
La paella requiere un puñado de gente, siempre más de tres y menos de doce, porque por debajo del número mínimo apenas habrá opiniones sobre el resultado, y con más de una docena, las recetas de cómo se debe de hacer una paella, se multiplicarán de tal manera que no se podrá sacar sustancia a la cosa. Eso sí, una paella para uno, elaborada por uno y comida por uno mismo, es una de las actividades de recreo más tristes que se pueden inventar en soledad. Hagan cualquier plato antes que una paella. Intenten elaborar la comida más sofisticada o la más sencilla, pero nunca un paella. Una paella sin amigos que te critiquen el punto de cocción, y te digan si el arroz hay que echarlo en el caldo o sofreírlo, que discutan si la cebolla está permitida en el sofrito, si hay que echar garrofó o judías, si es un pecado llamar paella valenciana a la que lleva marisco, o si hay que llamar paella o paellera al cacharro… no es una verdadera paella. Ni valenciana, ni mixta, ni extremeña, ni la madre que la parió. Es un jodío arroz comido malamente y como si uno fuera el Conde de Montecristo en la prisión de la isla de If.
No tiene gracia hacer y comer una paella así, por mucho que uno le haga la foto a la sartén, se la mande a los amigos y todos, muy educadamente, te digan que tiene muy buena pinta, cuando uno sabe que si hubieran estado aquí presentes, le hubieran puesto pegas a la sartén, a los nuggets de pollo recuperados del frigorífico, al sofrito con tomate frito de bote y al socarrat final que uno evitó fotografiar porque había para una bandera de la Legión. Una paella sin amigos es un pecado que yo confieso y acepto humildemente la penitencia que ellos me impongan. Amén y salud, camaradas.