Aunque la negativa de la tricúspide Illa-Simón-Sánchez a pasar de fase a toda Castilla-La Mancha cayó como un tiro y se interpretó en el Palacio de los Condes de Fuensalida como un agravio, no se dudó allí ni un minuto de la estrategia a seguir: comparecencia del consejero Fernández Sanz quitando hierro a la decisión “conservadora” de Madrid, y silencio absoluto del presidente, al menos hasta que hoy viernes se sepa la contestación a la nueva petición.
En el entorno presidencial, donde el estado de ánimo que dominaba era de un cabreo apenas indisimulado y generalizado, se consideró que sería un error entrar al trapo y abrir una polémica. Se optó, tirando del Arte de Prudencia del jesuita Gracián, por una solución conservadora al estilo de la medicina tradicional que los viejos médicos consideran que es la que menos daño hace. Luego se vio que el compañero valenciano Ximo Puig había optado por lo contrario. Sus argumentos sobre lealtad y sumisión llenaron los telediarios del fin de semana. Page calló. Consideró que no ganaba nada en el envite y que por el contrario contestando la decisión sólo tenía algo que perder. Desde entonces, prudencia y confinamiento. Quizás no haya habido en todo el mandato de García-Page una semana en la que su perfil mediático se haya reducido tanto. Ni una sola declaración. Ni una entrevista.
Page, como Fernández, como cualquier observador atento a la evaluación de la pandemia, sabe que nos encontramos en unos momentos críticos. La antinomia salud-economía se presenta ahora como un problema de difícil solución. Como ese enfermo al que un tratamiento demasiado avanzado o demasiado conservador le puede sacar adelante o costarle la vida. Poner en el matraz de la medicina la justa dosis de economía y salud es el problema y por ello ahora pocos son los que teniendo el poder de decisión arriesgarán.
El consejero Fernández utilizó la expresión “decisión conservadora”, como si quisiera decir que en aquel momento lo más cómodo, lo más sencillo, lo menos arriesgado para un gobernante, era simplemente no hacer nada, dejar al enfermo como estaba y no administrarle nada que pasara de una aspirina o unas gárgaras con bicarbonato. Ni se resentiría la salud, ni en la economía se produciría un cataclismo.
Y en esa práctica clínica conservadora de no molestar al enfermo, de hacer lo mínimo y de esperar acontecimientos, parecen haberse inspirado Page y Fernández para darnos una semana en lo último que se habría ocurrido a alguien del Gobierno regional es haber dicho que si alguna de las tres provincias, hoy viernes no pasa de fase, supondría para todos una profunda decepción. Las virtudes del silencio.