Uno conoce unas cuantas residencias de mayores. La mayoría en la propia provincia y en la comarca de Talavera, que es donde vivo. En unas he tenido familiares, en otras amigos y en otras he estado de paso visitando a alguien. Normalmente he sabido quienes son los titulares de la propiedad, desde Ayuntamientos, a particulares. Hasta ahora nunca había oído, al menos en esta zona, que grandes corporaciones capitalistas estuvieran detrás de ellas.

Conozco algunas residencias que podría catalogar de lujo, que en este caso sería a la altura de un hotel estandar de tres estrellas o cuatro estrellas. Son las menos, aunque la mayoría, públicas, privadas o concertadas tienen unas instalaciones, unos servicios y un personal a los que uno no podría poner alguna pega. Dignas y a la altura de los tiempos.

Un lugar común cuando he visitado a alguien en una residencia de mayores ha sido decir que estaban como en un hotel. Pocos me han dicho que estuvieran mejor que en su casa, aunque esta fuera una casita en la que a veces faltaban lo que hoy se considera imprescindible en cualquier casa habitable: calefacción, aire acondicionado, ausencia de barreras arquitectónicas… en fin, toda esa serie de instalaciones que no faltan en ninguna residencia de mayores, porque son obligatorias pero que no existen en todas las casas. Otra cosa es que la mayoría preferiría seguir en su propia casa aunque tuviera unas carencias que no existen en una residencia. Como en la casa propia de uno en ningún sitio. Esa es una verdad que se repite, como la sensación de sentirse aparcados, por mucho que las familias se desvivan con sus visitas y el personal con sus cuidados.

Porque hay que aceptar sin falsas hipocresías y sin esos desgarros de almas que se desataron cuando Emiliano García-Page habló de cuál era la situación de salud de la mayoría de los residentes, diciendo que eran desgraciadamente las víctimas ideales para una pandemia como la que vivimos, que lo que decía era lo que la realidad nos pone delante de la cara. Las situaciones familiares, económicas, sociales de la vida actual ha llevado a un modelo de aparcaderos para viejos del que todos somos responsables. El problema de la mayoría de los residentes, no es la atención, ni el trato del personal ni los servicios que se les dan… es simplemente la soledad y el abandono. Así de duro. De nada sirven las visitas semanales, ni las fiestas de cumpleaños ni en sacar al abuelo para la cena de Nochebuena religiosamente… Muchos, procedentes del mundo rural nunca han tenido tantas comodidades, tantas atenciones y tantos “criados” a su alrededor… Y sin embargo todos hemos experimentado alguna vez la sensación que se vive en una visita a una residencia por muy lujosa que sea. No hace falta describirla.

Ahora, de ahí a echar a la Fiscalía por delante buscando quién ha sido el asesino que se ha ensañado con tantos viejos, va un mundo.

Si no recuerdo mal una de las primeras residencias que saltó a las televisiones en esta crisis por la alta infección y mortalidad fue una municipal o pública del pueblo andaluz de Alcalá del Valle, con un traslado de enfermos que provocó el rechazo de otros pueblos en los que se reubicaron algunos de ellos. El nombre que llevaba la residencia era Dolores Ibarruri, “Pasionaria”.

En Antena 3, hace unos días, el inefable vicepresidente Pablo Iglesias resumió la situación de la titularidad de las residencias españolas con tres palabras: “fondos buitres y corruptos”. Ya saben en manos de quiénes están nuestros mayores. Ahora entiendo al Sánchez que no dormía pensando en un Iglesias en el Gobierno.