En el año 1976, cuando se fundó El País, el periódico que se convertiría en el símbolo de la progresía de izquierdas en la Transición, uno de los primeros debates que mantuvieron sus editores fue el de los toros. En realidad fue un debate que duró muy poco porque enseguida los profesionales del periódico llegaron a la conclusión de que los toros eran una manifestación cultural única que debía ocupar un lugar digno entre los contenidos del periódico. El País de Juan Luis Cebrián, como luego harían otros periódicos, llevarían los toros a las páginas de Cultura y ahí siguen en la mayoría de ellos; porque, es verdad, que en algunos de los que luego vinieron, tanto en papel como en internet, los toros se han convertido en un tema tabú. Algo que hay que ignorar y de lo que no se puede hablar, a no ser que, como pasa en la mayoría de las televisiones, los toros se conviertan en noticia por una cogida, un incidente por alguna manifestación antitaurina, o porque algún torero se deje tentar por la prensa rosa y acabe como carne de “reality”.

En los años de la Transición nadie serio se planteaba si los toros eran de izquierdas o de derechas. En la plaza, uno de los pocos sitios en España donde el público conservó, contra espadones y dictaduras, la soberanía plena, solo había aficionados y ahí están en las filas de la cultura, de las artes y de las ciencias, suficientes ejemplos de ello.

En los últimos años muchas cosas han cambiado. La izquierda y el progresismo, ansiosos de nuevos dogmas con los que sustituir el fracaso de una realidad que se les cayó encima con el Muro de Berlín, adoptaron una serie de creencias con las que pretenden revivir esa dialéctica de lucha y confrontación permanente sin la que no son nada. Esa izquierda dogmática que se declara feminista, ecologista, animalista… y que se agarra a cualquier bandera para buscar la diferencia, desde hace años ha sentenciado a la fiesta de los toros y son muy pocos los que desde la izquierda se atreven a salirse del camino trillado del dogma antitaurino. De nada sirven argumentos, medioambientales, laborales, sociales, culturales… nada. Si hoy tuviera que volver a nacer El País, nacería sin la sección de toros y sin la posibilidad de que surgiera otro escritor taurino como Joaquín Vidal. La consigna de ignorar los toros en los medios es uno de los grandes triunfos de la minoría antitaurina de siempre que ha impuesto la dictadura de lo políticamente correcto.

Por eso, y porque rema a contracorriente en su propia casa, no tiene uno otra que saludar la iniciativa de Emiliano García-Page de apoyar los toros con la televisión regional, en este momento tan difícil para cualquier sector y mucho más para el de los espectáculos. Emiliano ha echado la “pata palante” y la gente cabal del toro se lo tiene que agradecer. No hay otra.