El teletrabajo ha traído estas cosas. Es una minoría la que se ha impuesto levantarse todos los días, ducharse, afeitarse y hacerse la “toilette” como Dios manda, y luego, vestirse de arriba abajo, como si tuviera uno la obligación a la tarde de ir a una recepción de gala en la Embajada británica. Uno de los pocos es mi amigo Manolo Cerdán, que ha celebrado sus ochenta y nueve años confinado en su casa, con sus trajes de siempre y cambiando de corbata cada día, como ha hecho desde que tuvo uso de razón y le destetaron de los pantalones cortos. Claro, que como dice el amigo Gustavo Adolfo Muñoz Gil, lo suyo no tiene mérito porque Manolo se acuesta con traje y a la mañana aparece con él planchado.
Las barbas a lo Rasputín, las mallas de gimnasia y los chándales a lo Maduro se han impuesto en la vida de millones de personas confinadas delante de un ordenador. El antecedente está en esos escritores que, como Camilo José Cela, se ponían un mono de mecánico cada vez que se sentaban a escribir. No recuerdo ahora quien era el que se vestía de fraile y quién vestía una chilaba moruna, y como decía Umbral, no es cosa de levantarse ahora a consultarlo.
Lo de las videoconferencias de trabajo nos ha convertido a todos en presentadores de telediario de los de antes, cuando no había cámaras de esas que giran en el aire y lo mismo sacan la coronilla de Matías Prats el joven, que el descuido de un especialista en epidemiología con la bragueta abierta. Se les llamaba bustos parlantes y existía la leyenda urbana que solo se vestían de manera presentable y como mandaban los manuales reglas de urbanidad y buenas maneras de la cintura para arriba. Por abajo, lo mismo llevaban un pantalón vaquero que unas de esas bermudas que puso de moda el tal Marichalar. Así que estabas viendo a Rosa María Mateo, que ahora es la baranda de la tele, con un modelito de Carolina Herrera por arriba y luego resultaba que llevaba un pantalón de chándal y unas zapatillas Joma para salir corriendo a las tres y media por Prado del Rey. Ya digo que todo está inventado y nunca se sabe qué puede pasar cuando las manos se ponen debajo del pupitre.
El caso es que el eurodiputado irlandés Luke “Ming” Flanagan, en una videoconferencia de la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo, para analizar el impacto del Marco Financiero Plurianual, no se ha cortado un pelo y se ha plantado delante del ordenador sentado en la cama, en gayumbos y con cara de haberse fumado unos “petas”, de los que parece ser un fiel consumidor. Jorge Jaramillo, al que no se le escapa una en cuestiones del campo, ha levantado la liebre del video de Flanagan y el descojone es total por esas redacciones virtuales de Dios. Ya digo, cosas de los tiempos que corren y del teletrabajo. Un tío en calzoncillos dando el telediario tiene su aquel.