Los aires de este verano de nueva normalidad covid parecen arrastrar idénticas miasmas pestíferas a las de los últimos idus de marzo, y en nuestros pueblos brotan mociones de censura a falta de piscinas y festejos populares con verbena y vaquillas de los de siempre.
En Cabezamesada, que es un pueblo de Toledo con apenas trescientos cincuenta vecinos, su hasta ahora alcalde se siente como Julio César apuñalado por los suyos y dice algo que ya decía en plena transición aquel ministro, gordo, cínico y coñón de cuando la UCD, Pío Cabanillas: “A cubierto que vienen los nuestros”. José María Magro, que así se llama el decepcionado alcalde, ratifica lo que tantas veces uno ha oído decir a quien ha estado en política por muy bajo que sea el nivel en que se moviera: “A los dos meses me di cuenta de que la oposición no era mi adversario, eran mis propios compañeros…”, algo que coincide con lo que ha ocurrido a otro de estos alcaldes rurales, defenestrados también, gracias a los esfuerzos y el cariño encomiables de sus compañeros de partido. José María de Pablo Ricote, alcalde de Campisábalos de Guadalajara, se ha despachado con amargura contra los que primero le llevaron a la alcaldía y ahora le aplican el remedio que Bruto y su tropa le recetaron a don Julio. Y para colmo, se queja el alcalde De Pablo: “Me han llamado viejo chocho”, para despacharlo como desecho de tienta.
Y es que el oficio de alcalde de pueblo es muy duro. Hay pocos que te reconozcan el esfuerzo y muchos los que siempre están dispuestos a criticar cualquier decisión. Lo más duro es cuando, como les pasa a los alcaldes de Cabezamesada y Campisábalos, los tiros vienen de las propias filas. En un pueblo de trescientos cincuenta empadronados, ya me dirán ustedes las prebendas, las dietas, los honores y el futuro político que le espera a uno. En el mejor de los casos acabar la legislatura sin haberse ganado alguna enemistad de esas que antes se calificaban de africanas, y ahora, con lo de la corrección política se motejan de cainitas; que ya se sabe también, que con Caín, Abel, Matusalén y la Biblia en verso no hay peligro de que te declaren portador de alguna fobia incapacitante.
El cierre de las piscinas, la suspensión de romerías, ferias y fiestas, el aburrimiento y el tedio me temo que este verano provocarán otros cuantos episodios de “lealtad” y generosidad como los de Campisábalos y Cabezamesada. Casi tan duro como ser alcalde de pueblo, es ser periodista y tener que contarlo. ¡Señor, qué cruz!