Al diputado Adolfo Suárez Illana no le va a sancionar la dirección del grupo parlamentario popular por saltarse la disciplina de partido en la votación promovida por Unidas Podemos y el PSOE con el fin de retirar las condecoraciones al policía Antonio González Gallego, más conocido como Billy el Niño, y a mí me parece bien. Más todavía, me parece mal que todos los demás diputados del PP se abstuvieran en una votación, con la que con toda razón decía Suárez Illana sólo se pretendía “hacer saltar la Constitución y destruir la convivencia entre españoles”. Lo de quitar condecoraciones a los muertos le parece a uno lo mismo que quitar estatuas, remover muertos o cambiar el nombre de las calles, cuarenta y cinco años después: pura manipulación, desconocimiento, desprecio y no asimilación de la propia Historia ni de la propia vida.
Algunos pretenden que las cosas no fueran como fueron sino como ellos quisieran que hubieran sido. La impresión de uno, observando la vida de muchos de ellos, es que en su mayoría tampoco han asimilado la realidad de su propia historia personal.
A lo largo de la vida uno evoluciona, aunque sea “degenerando”, como reza la célebre respuesta del torero Mazantini al explicar su paso de matador de toros a gobernador civil. Evolucionar, le enseñaron a uno, es consustancial a la vida, convertida en el río de Heráclito o la dialéctica perpetua de San Carlos Marx. Lo que nunca puede hacer uno es falsear su historia; mentirse a uno mismo sobre lo que ha sido. Y mucho menos mentirse por arrepentimiento de lo que hubiera hecho “sabiendo lo que ahora sabe”. Torear a toro pasado; echar cojones en la estación de Atocha y no en Despeñaperros…
En los años setenta, uno militó en el PCE y nunca me he arrepentido de haberlo hecho. Más todavía, si volviera a nacer y volviera a tener diecisiete años, en aquella España, después de lo que sabe uno a las puertas de la vejez, volvería a militar en aquel PCE, porque simplemente era la única oposición real que entonces existía al franquismo. Las cárceles estaban llenas de ellos. Los únicos, repito. Y por eso tantos jóvenes, aunque no nos sintiéramos comunistas, militamos en aquel PCE que tenía como línea estratégica fundamental la “reconciliación nacional”.
Por eso yo no quiero olvidar que milité en el PCE donde conocí muchos amigos que conservó y por eso, cuando mis viejos amigos me vacilan y me llaman “rojo” y “comunista”, lo llevo con deportividad y como una medalla en mi currículum. Por eso también soy partidario de dejar en paz las estatuas, los muertos, el nombre de las calles y la historia de cada uno.
A lo peor, en el PCE de ahora, nos han aplicado a los muchos jóvenes que pasamos por el partido y luego simplemente degeneramos con la vida la Ley de Memoria Histórica y nos han borrado de sus archivos y de sus listas. A uno no le extrañaría, porque así es como hoy ve uno desde fuera cómo pretenden reescribir una historia que, a su pesar, también nos pertenece.