García-Page ha dicho que se toma muy a pecho la defensa de la Corona: “Todas las instituciones tienen que participar en la defensa de todas las instituciones del sistema”. Un argumento impecable, porque cualquier otro camino, añade uno, conduce o a la revolución, o al suicidio. Algo tan elemental como saber diferenciar las instituciones de las personas que las encarnan.
Una de las series que he visto durante el confinamiento, ha sido The Crown. Una obra maestra, plena de inteligencia y buen cine, que debería tener su versión española proyectada sobre el reinado de Juan Carlos I. Lo único que hace falta es buscar, entre los muchos y buenos guionistas españoles, un Peter Morgan, capaz de trazar con finura y fuera de blancos y negros, una creación a la altura del original.
El mejor cine americano es el surgido como crítica al sistema, sea el cine negro de los años treinta y cuarenta o series actuales como House of Cards, capaces de poner al espectador ante los peligros que corroen un sistema de vida en el que, como casi siempre su principal error es el ser humano que lo utiliza. The Crown es una serie en la que la crítica feroz y descarnada a veces sobre los componentes de la familia Real británica, siempre deja claro que “la corona” es otra cosa. Nadie está por encima de ella y la primera es la reina. Una Isabel II de la que no se ocultan sus filias y fobias políticas y sus virtudes y pecados públicos y privados.
Las instituciones están muy por encima de las personas que las encarnan. El título de presidente de una República no concede a nadie una inmunidad permanente ante la corrupción o la injusticia. Las instituciones por muy democráticas y limpias de pecado original que sean, las encarnan hombres y mujeres de carne y hueso, como los Windsor, como Valery Giscard d´Estaing o Abraham Lincoln. La cuestión importante es que las sociedades democráticas surgidas en Occidente como herederas de la Revolución Americana y la Francesa son las únicas que han demostrado su vocación y su capacidad para atajar los abusos de los que encarnan las instituciones.
Cuando España estaba llena de gente que se confesaba antimonárquica pero juancarlista, había quien llamaba la atención sobre el desprecio implícito que suponía para la Corona, ni más ni menos la institución en la que culmina todo el Estado. Ahora es bueno que socialistas como García-Page hablen, no de Felipe VI, sino de la Corona y reconozca que todas las instituciones, como en The Crown, están muy por encima de los actores que las encarnan durante un tiempo que siempre acaba.