Es un título del que pocos pueden presumir por mucho que hayan tomado la alternativa y en su carnet ponga matador de toros. Cuando unas cuantas tardes en la plaza de Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid te han gritado torero, entonces puedes decir que lo eres. Cuando Madrid, esa afición que no perdona, te ha respetado, como lo hizo tantas tardes de verano fuera de feria con Raúl Sánchez, puedes decir que eres torero y que lo serás toda la vida. Es de lo único que presumía Raúl, el torero de San Román y de Talavera: ser respetado y querido en Madrid.
Hace unos cuantos años, a través de la tertulia de la Galería Cerdán pude charlar unas cuantas veces con Raúl Sánchez. La idea era hacer un libro sobre su trayectoria taurina. Estaba claro desde el principio que utilizaría el título de esa tremenda colección de relatos sobre la Guerra Civil del maestro de periodistas Manuel Chaves Nogales: “A sangre y fuego”. Luego, a pesar del empeño de amigos como Ángel Pajarero, el entrañable Choperita o Manolo Cerdán no fue posible. Yo notaba en Raúl un pudor insalvable al tener que hablar de sí mismo. Tenía esa vergüenza o timidez de algunos niños cuando alguien habla de lo bien que se portan.
Es verdad que a veces se disparaba y recordaba una corrida, un toro o unos compañeros…, pero de él mismo era difícil sacarle una sola palabra. Se encerraba en sí mismo y conseguía que la conversación derivara en una pelotera.
Para animarle, me tomé el trabajo de ir a la Hemeroteca Municipal de Madrid y rescaté dieciséis crónicas de Joaquín Vidal en El País entre los años 1977 y 1983. El que fuera primer y gran crítico del periódico emblema de la Transición, era el primer admirador de Raúl. Ahora que repaso esas dieciséis crónicas, siempre de julio a octubre, no encuentro ni una sola palabra de reproche contra Raúl. Ni de Vidal ni de la afición terrible y olvidadiza que es Madrid. Ni una sola oreja cortada en esas dieciséis tardes, pero una tras otra con el reconocimiento de lo que supone ser torero y del precio que hay que pagar para ello.
Unos cuantos titulares de esas crónicas de ese crítico, que como la afición madrileña, nunca se casó nadie, nos da idea del cartel de Raúl en Las Ventas: “Jabato Raúl. Cogida horrorosa de Raúl Sánchez”(agosto de 1982), “Raúl Sánchez, torero”(octubre de 1979), “Toros de pesadilla en Las Ventas. Valerosa actuación de Raúl Sánchez”, “Hicieron arte con la corrida terrorífica”, o esa crónica que encabezaba, con un “Raúl, otra vez en el hule”, que comenzaba: “Donde toree Raúl Sánchez ha de haber hule; es su sino. Allí lo mandó el toro en Las Ventas…”. La fotografía de un Raúl, con el traje de torear roto, la cara llena de sangre gritando y yéndose de nuevo al toro, se ha convertido en su emblema. A él, como a mí, no le gustaba. Raúl Sánchez, torero a sangre y fuego, por méritos propios con la bendición apostólica de Madrid, aspiró hasta su último día en los ruedos a hacer el toreo profundo que él sentía y que nunca pudo hacer. Su torero era Manzanares hijo, que nadie se engañe.