Este 2020 se cumplen ochenta años de la invasión de Francia por la Alemania de Hitler. Son contados los comentaristas e historiadores que han recordado la cálida felicitación del camarada Stalin a su aliado con ocasión de la agresión. El pacto Ribbentrop-Molotovtenía la culpa, como también la tenía de la actitud del Partido Comunista Francés un año antes cuando con el argumento de que la declaración de guerra tras la invasión de Polonia de Alemania y la URSS ordenó a sus militantes que se negaran al alistamiento. El pacto Ribbentrop-Molotov y el vergonzoso protocolo adicional con el reparto de Polonia y la Europa Oriental, solo fue conocido tras la guerra gracias a los servicios secretos británicos. Solo en 1989, Rusia reconoció el pacto de los dos genocidas y entre dos sistemas aparentemente contrapuestos. El año pasado por fin los historiadores han podido acceder al documento original que ratifica todos los términos que ya se sabían.
El nazismo y el comunismo fueron dos máquinas de picar carne humana que produjeron lo que alguien llamó la Europa de la megamuerte. Desgraciadamente, todos en el mundo occidental nos hemos olvidado de los millones de víctimas de la Unión Soviética, tan atroces y espeluznantes como las de sus pretendidos oponentes ideológicos. Una parte importante de la izquierda, desgraciadamente, nunca ha sabido verlo.
Y en esa Europa, la tragedia de los exiliados españoles fue doble. Estorbaban a los franceses, ahí están los testimonios de los miles de trabajadores utilizados en la línea Maginot, y se convirtieron, tras la invasión de Francia por los nazis, en otras víctimas que agregar a la limpieza racial e ideológica de Europa.
Hace unos días (16 de agosto) el periódico El Mundo publicaba un reportaje de Francisco Carrión, “La hora española en el holocausto”, en el que se narraban unas cuantas historias de españoles que habían pasado por los campos de concentración y de exterminio nazis a través de los objetos, principalmente relojes, confiscados a las víctimas.
Un historiador de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, Antonio Muñoz Sánchez, anda empeñado en reconstruir estas vidas y devolver los objetos robados a las familias. Por lo pronto, a través del Archivo Bad Arolsen, actualmente en el distrito de Waldeck-Frankenbarg, ha conseguido localizar y devolver objetos personales robados por los nazis a las familias de treinta y tantos españoles exiliados en Francia que pasaron por la máquina de matar nazi.
Y entre esos pedazos de la horrible historia de los totalitarismos, el reloj de un toledano de Villaluenga de la Sagra, Arturo Casarrubios Hernández, que gracias a las investigaciones de Antonio Muñoz Sánchez y del alcalde de Villaluenga, Carlos Casarrubios, será entregado en breve a sus descendientes. Un triste consuelo con una historia que nadie debería olvidar jamás en una Europa en la que parecía imposible no caer a un lado o a otro del totalitarismo y la muerte. La democracia entre nazis y comunistas nunca tuvo buena prensa.