Si hay algo en lo que coincido en estos días con los antiguos compañeros de docencia es el alivio de los jubilados por no tener que vivir la experiencia de los últimos meses, que desgraciadamente se prolongará en la incertidumbre de un curso que todo el mundo augura diferente a cualquiera antes vivido. Muchos de los maestros y profesores que pensaban seguir en activo a pesar de haber cumplido la edad y las condiciones necesarias para su jubilación, finalmente han tirado la toalla. Los que están a las puertas del final de su carrera docente viven los preparativos con angustia y en su mayoría con las ganas de quitarse de encima una verdadera pesadilla.
Ya se sabe que cuando los políticos no saben qué hacer con algún programa, social, sanitario, deportivo… ahí está la escuela donde cabe todo, de manera que en algunos casos la avalancha de programas externos al currículum del centro se convierte en más importante que el currículum propio. Pero esto es otra cosa y muy seria. A la escuela como el lugar fundamental de convivencia, tras la familia, se le ha venido encima una responsabilidad de una magnitud nunca antes conocida.
La salud es lo primero. En eso estamos todos de acuerdo y a la escuela y a los maestros, como a los padres, desgraciadamente les ha tocado convivir y tratar de vivir con un problema que supera cualquier otro conocido antes. Y esto desgraciadamente no es uno de esos programas externos a la escuela con los que al fin y al cabo la última palabra la tenía el docente en el aula con su grupo de alumnos. Es algo vital y que me temo será un cúmulo de tensiones entre instituciones, padres, maestros, sindicatos, en fin, todos los que tienen algo que ver directa o indirectamente con la escuela.
Ya digo, que la inmensa mayoría de los profesionales de la escuela se tomarán todas las medidas que nos ha traído la pandemia con la naturalidad del que sabe que es algo que hay que asumir y meter en ese saco de responsabilidades del maestro, que a veces se convierte en una carga que acaba por minar su resistencia física y mental. Esa responsabilidad con la que uno carga y experimenta, casi siempre alegre y libremente sólo cuando es padre o maestro, o mejor las dos cosas.
Son tiempos duros, que uno no puede mirar desde fuera de la escuela sin que algo se le apriete entre las tripas y el estómago, como le ocurría cada comienzo de curso al empezar a conocer a cada grupo de los alumnos con los que al menos pasaría un año de su vida. ¡Qué responsabilidad y qué alivio!