De vez en cuando alguien, revolviendo papeles, vuelve a traer a los periódicos alguna historia descabellada de Ventura Fernández López, el célebre cura loco que murió en Toledo encerrado en el Nuncio allá por el año 1944. Del cura loco se ocuparon entre otros el amigo Jesús Cobo, que reconstruyó su dislocada biografía y su descabellada bibliografía, y el amigo Rafael del Cerro Malagón. Ahora José García Cano en La Tribuna de Toledo vuelve con una de esas publicaciones que le hicieran famoso por toda España y cargaron de argumentos a sus convecinos para adjudicarle el apelativo que le acompañaría hasta su muerte. Claro, que lo de “cura loco” también le salvó la vida, aunque no la pena de acabar en el manicomio del Nuncio, como uno de esos orates que retratara Marañón el viejo para apoyar su tesis de los modelos que usara Domenico Theotocupuli para sus apóstoles y santos de mirada extraviada o tomados por el Espíritu Santo.

El gobernador militar le recluyó tras la Guerra Civil. No estaban las cosas para fusilar curas como se había demostrado en el País Vasco con los trece sacerdotes pasados por las armas en los primeros meses de la guerra. De don Ventura se contaba, y parece que lo hacía otro sabio excéntrico y coleccionista de leyendas sobre su persona como don Guillermo Téllez, que en abril del año treinta y uno, el día en que se proclamó la II República, salió de su casa por la ventana en vez de por la puerta para celebrarlo. Ahora, como decía, el académico correspondiente de Consuegra García Canorescata su “Colón, toledano. Misterio aclarado” en el que el futuro Almirante de la Mar Océana resulta que en realidad se llamaba Miguel Illán Fonte-Rosa, era hijo del arcediano de Guadalajara, don Gutierre Álvarez de Toledo, hermano del duque de Alba y su momia esperaba la resurrección de la carne entre la colección fúnebre de la iglesia toledana de San Román. Misterio aclarado, ya digo. Para el mundo académico no había ninguna duda, añadido el feliz hallazgo y el misterio desvelado, a que ya antes el célebre arqueólogo se había empeñado en que el circo romano era primero una basílica visigoda y luego un gigantesco reloj de sol, o en el terreno literario en continuar el Quijote como si de un cualquierAndrés Trapiello se tratara.

Claro, que lo del opúsculo colombino de don Ventura, visto desde la perspectiva del nacionalismo delirante en pleno siglo XXI, se queda en mantillas. Colón, como todo el mundo sabe, es catalán y no hay más que decir. Don Ventura el hombre lo pasaría mal en estos tiempos. Su gloria y su misterio aclarado por los suelos.