A Domenicos Theotocoupulos nunca le fueron bien los aires de la villa y corte. A Felipe II no le entusiasmó ni mucho menos su Martirio de San Mauricio para el Escorial. Aquella valoración crítica de un rey que, como hoy se sabe, era un coleccionista de gusto abierto, moderno y exquisito, fue providencial para que El Greco ligara su vida a la ciudad de Toledo. Al rey prudente, o imprudente, no le gustó su pintura, algo, por cierto que le ocurrió a más de uno, hasta que en el siglo XIX, los primeros guiris románticos que pasaron por Toledo le convirtieron en un pintor de culto. Fernando Marías subtituló su Greco como la biografía de un pintor extravagante, con motivo de las grandes exposiciones toledanas del centenario de su muerte.
A la gente más de a pie de la época le gustó más su pintura. En el ámbito eclesiástico el éxito fue rotundo, aunque como pasó con el cabildo de la catedral de Toledo y El Expolio, le regatearan cada maravedí. Y ese éxito entre el clero toledano le ligó para siempre a la ciudad y a lugares como Illescas, donde gracias al encargo de los rectores del entonces Hospital de Misericordia, puesto bajo la advocación de Nuestra Señora de la Caridad, hoy conserva cinco de sus obras, aunque podrían ser algunas más si en algún momento la necesidad y el que se vivían otros tiempos, no hubiera obligado a vender ante una de esas ofertas que parecían difíciles de rechazar.
El Prado es un museo que tiene su fondo fundacional proveniente de las colecciones reales. El único cuadro de El Greco que habría podido formar parte de su arranque como galería de pinturas habría sido el nombrado Martirio de San Mauricio que se quedó en El Escorial y hoy es una de obras fundamentales a pesar de la crítica del fundador. Los cuadros del Greco que hoy se muestran allí se incorporaron con el tiempo cuando la valoración crítica del pintor crecía como la espuma. Así ocurrió con La Trinidad, sin duda su obra estrella en el museo, o la Adoración de los pastores, provenientes amas pinturas del convento de Santo Domingo el Antiguo toledano. Las demás piezas son dos obras de pequeño formato de su primera época, antes de venir a España, tres retratos de caballeros ente los que se encuentra el célebre Caballero de la mano en el pecho y los cuadros procedentes del retablo mayor del colegio de doña María de Aragón, contemporáneos de los cuadros de Illescas.
Por eso, en El Prado consideran un acontecimiento poder añadir cinco cuadros, que afortunadamente se han conservado en el lugar para el que fueron concebidos, a su corta muestra y confrontarlos con ellos. Lástima que los tiempos recios que corren trabuquen, difuminen y casi desbaraten el intento.