Yo no sé si todavía a los sacerdotes católicos que regentan una parroquia les agregan el título de cura ecónomo como ocurría antes cuando uno era monaguillo. La Iglesia Católica ha cambiado en muchas cosas para bien casi siempre, y por eso, ver el vídeo del sermón dominical, del cura de la Parroquia del Santísimo Cristo de la Misericordia de Valdepeñas, le ha llevado a uno a otros tiempos. Ahora, la administración de la cosa material en muchas parroquias católicas las lleva un consejo de laicos y el párroco se dedica a lo suyo que es la cura de almas. Así que cuando un cura desde el púlpito empieza a hablar de dinero, a más de uno se le ponen los pelos de punta; y si como es el caso del cura valdepeñero, se hace con el más genuino estilo del Cobrador del frac o del Monasterio del Cobro la cosa puede pasar a mayores. Todo se agrava cuando, además, como ocurre en tantas iglesias con la pandemia, los curas graban en vídeo las misas y las retransmiten en directo para sus fieles. No hay manera de aplicar aquello, tan imposible en el mundo de hoy, de “las palabras se las lleva el viento” o fue un error o un lapsus. El teléfono móvil ha acabado con todo eso, para bien y para mal.
Uno tiene dicho unas cuantas veces que cuando opina de la Iglesia Católica, de sus reglas o del comportamiento de sus componentes, lo hace como lo haría de un club que tiene el derecho a exigir sus propias reglas a sus afiliados, pero al que uno no pertenece. Nadie le obliga a uno a afiliarse a una institución ni a acatar los preceptos que se quieran imponer y por eso, cuando el Papa escribe una encíclica o la Jerarquía Eclesiástica dicta unas normas, uno nunca se da por aludido y si lo comenta, lo hace siempre desde la distancia del que ha renunciado a ser miembro de ese club. Claro que cuando, como es el caso del sermón del cobrador con sotana valdepeñero, que con tanta frescura, suficiencia y desahogo señala casos, a los que seguro los propios feligreses serán capaces de poner nombres y apellidos, la cosa pasa del terreno de lo religioso, de las creencias y las normas de una respetable institución, al más castizo retrato de costumbres. Lo del cura valdepeñero que señala a los fieles roñas y ratas, lo ve uno entre la picaresca del cura pedigüeño y el discurso de uno de esos “chicos listos” de las películas de Martin Scorsese, siempre dispuestos a ayudar al prójimo a aliviar el bolsillo en su provecho.
Seguro que en la noble y respetable institución a la que pertenece le encuentran un puesto a la altura de sus innegables cualidades para la persuasión.