Cualquier acontecimiento, por muy positivo que sea, que altere hoy en tiempos de pandemia, la vida rutinaria en un pueblo no deja de levantar recelo entre el vecindario. Ha ocurrido en Lagartera, pero podría haber ocurrido en cualquier otro pueblo. El rodaje de un programa de televisión, que en otro momento hubiera provocado el contento y el orgullo de sus habitantes, se ha convertido en recelo y temor ante lo que viene de fuera. Maestros de la costura, un programa que servirá, sin ninguna duda, como promoción de una de las artesanías mas enraizadas, coloristas y auténticas de España ha servido justo para lo contrario para lo que serviría en circunstancias normales. En los pueblos se suspira ahora por lo que desde hace años se consideraba la principal causa de su decadencia. El nada se mueve se ve como una bendición y cualquier novedad que altere el pasar de la vida no encuentra demasiados partidarios entre el vecindario. Ya vendrá otro tiempo; todo pasará.
El Ayuntamiento de Lagartera ha tenido que dar pelos y señales de los protocolos de sanidad seguidos por el equipo de rodaje y de los pocos vecinos que han participado como figurantes: pruebas de antígenos, control de temperatura cada jornada, turnos en las comidas de los equipos… en fin, garantizar ante el pueblo que los que venían de Madrid traían la riqueza del mañana en la promoción del pueblo y de su rica tradición. El miedo es libre, ya se sabe, y ese miedo se ha instalado en el mundo rural que ve aparecer la amenaza fuera de sus fronteras. Y no es para menos porque cuando cada semana las cifras confirman que nada se ha movido la buena gente se reafirma en que nada pase y nada se mueva.
Dicen que resuelta la pandemia con la extensión universal de la anhelada vacuna, el mundo rural verá un renacimiento con la vuelta de mucha gente a los pueblos que se buscará un hueco en el difícil y complejo mundo económico de hoy. El teletrabajo y las posibilidades de las modernas telecomunicaciones así parecen afirmarlo. También ese deseo vital neorural que parece haberse despertado ante la perspectiva de que algún día se vuelva a repetir la pesadilla de la primavera pasada. Esos son los optimistas y los que piensan que hemos aprendido de esta prueba y que seremos más inteligentes gestionando el futuro y nuestras vidas, aunque ya hemos visto, como aquella ola de bondad y solidaridad universal que emanaba de los balcones a las ocho de la tarde, se diluyó en cuanto alguien en un hospital, en una consulta, en un colegio, te dijo algo que no coincidía con lo que tu esperabas.