Uno de los grandes triunfos de Pedro Sánchez y su gurú Iván Redondo ha sido la irrupción y la consolidación de VOX en el panorama político español. Asumidos por la derecha en toda Europa los fundamentos del Estado del Bienestar tras la II Guerra Mundial, la socialdemocracia clásica ha dejado de ser patrimonio de la izquierda. En Europa no hay un solo partido de gobierno e integrado en el sistema democrático representativo, que rechace una Sanidad y Educación universal y gratuita y unos sistemas de protección social que eran un sueño inalcanzable a principios del siglo XX para el más iluso de los socialistas, incluidos anarquistas y demás gentes de la parte izquierda. Integrados esos planteamientos clásicos de la socialdemocracia en los programas de la derecha, a la izquierda no le queda otra que buscar las diferencias en temas como la ideología de género, o en el caso de España, la vena de la Guerra Civil y el Franquismo, pasado por la malla mental de la memoria histórica. El sanchismo, muy al contrario de lo que ocurrió con el PSOE de la Transición, tiene en el frentismo y en la búsqueda de la confrontación, que no el debate, su mejor veta ideológica y estratégica, para mantenerse en el poder, que es lo que al fin y al cabo les interesa.
Pero el frentismo no vale cuando la serenidad de la respuesta se impone. Dos no regañan si uno no quiere, dice el cuento. Esa izquierda, faltona, rabiosa y provocadora, necesita su simétrico al otro lado del espejo. Sin sus gemelos extremistas no tienen nada que hacer. El sanchismo se alimenta, tanto o más que de sus propias provocaciones, de la contestación, extremista, populista y demagógica que viene desde el otro lado. Sin enemigo a tu altura ni adversario que responda, no hay dialéctica que valga y VOX ha venido a colmar todas esas esperanzas. Es el adversario ideal para mantener el estatus quo sanchista. Mientras Vox tenga más del diez por ciento de los votos el sanchismo está asegurado, y mientras no se produzca una refundación y una adaptación de la derecha, a la manera de lo que hizo Aznar, no volverán a tocar pelo, como se dice en el mundo taurino.
Y una buena muestra del absurdo extremismo de estas formaciones ha sido el episodio de los murcianos de VOX declarando personas “non gratas” a todo cristo de Castilla-La Mancha -de Page a Núñez, pasando por Picazo- por el grave delito cometido por todos ellos, al haberse puesto de acuerdo para defender el agua del Tajo por primera vez, tras muchos años.
Cualquier persona de Castilla-La Mancha que piense un poco y no embista mucho, tiene para reflexionar un rato.