Sin San Blas y sin sanfermines
En el mes de enero hay tres santos arraigados en esta tierra, a pesar de que también tienen tradicionalmente en contra el calendario meteorológico de don Mariano Castillo y Ocsiero, “El Zaragozano”: San Antonio Abad, San Sebastián mártir y San Ildefonso arzobispo. No hay pueblo en el que no se sacara contra viento y marea alguna procesión de este trío formado por dos barbudos y un pelete, que así se le llama cariñosamente al mártir San Sebastián, en nuestra tierra toledana, de Belvís a Malpica, pasando por Cebolla.
En Cataluña, la semana de los barbudos, se señala como la más fría del año. San Hilario, el trece y San Pablo Ermitaño y San Mauro, el quince, con nuestro santo Antón, el diecisiete, completan los cuatro barbudos que en las estampas combaten el frío con las venerables y luengas barbas de la época de los santos y los milagros. Josep Pla, en su papel de masovero que observaba los cielos con la preocupación de la cosecha, no dejaba pasar un enero sin señalar si se cumplía el pronóstico de los rigores de los santos barbados.
Tras los tres santos del primer mes del año, en febrerillo el loco se abría otro mundo -porque hay que hablar desgraciadamente en pasado, siempre con las excepciones de rigor marcadas por el tirón patronazgo local- con La Candelaria y San Blas, la mirada hacia la posibilidad de un invierno largo o un primavera temprana, y a la vuelta de las cigüeñas, cuando las cigüeñas iban y volvían a las tierras de África. En muchos lugares, aunque fuera solo con un puñado de cofrades que mantenían la tradición, las imágenes salían a la calle y en algún lugar se repartían tostones, caridades o panecillos. La pandemia ha arrasado con todo. Si alguna vez los santos marcaron el calendario, ahora cada santo que no se celebra pone un apunte en rojo en el diario del año en el que no hubo santoral ni fiesta que guardar.
No hemos celebrado a ninguno de los santos de enero, barbudos o peletes, ni a Nuestra Señora Candelaria y Purificación, ni a San Blas, que abren febrero, y lo peor es que me temo que no celebraremos las vírgenes de agosto y de septiembre.
Por lo pronto ya está anunciado que este año no habrá sanfermines, una medida que uno piensa había que tomar pronto para disuadir a los miles de viajeros de todo el mundo que han hecho de Pamplona y San Fermín la “fiesta” por antonomasia y que nos indica, desgraciadamente, por donde van las cosas. No hay santos que rascar ni que sacar en procesión. Tiempos sin santos.