La hostelería está en pie de guerra en Castilla-La Mancha. Se sienten señalados, estigmatizados, marcados, discriminados, incluso criminalizados. Según han transcurrido los días, la postura de rechazo del sector tiende a la unanimidad. No entienden que sean el único sector señalado con una medida de control que no se aplica a ningún otro sector, porque ahí están los gimnasios, o los grandes centros comerciales libres de una medida, que se siente, por la exclusividad con que se pretende aplicarla, como un castigo.
El día en que se lanzó la medida, apenas hubo rechazo si uno hacía caso a lo que hosteleros y clientes decían en una de esas encuestas a pie de calle de la televisión regional y con el Diario Oficial de la Región, aún caliente. Todo lo que supusieran garantías para el consumidor y los trabajadores era deseable. Apenas alguno de los entrevistados apuntó a alguno de los argumentos contrarios que ahora se han extendido como un reguero de pólvora en el sector, cuando se ha comprobado que son los únicos a los que se aplica una medida que consideran una cruz amarilla sobre el escaparate.
Uno presupone a los que han tomado la decisión, la buena voluntad de tener un instrumento de rastreo fiable en caso de que se produzca un brote, y así se expresaba la mayoría a los que se les ponía la alcachofa por delante el primer día. También que en esta pandemia es muy difícil que cualquier medida en la que se pretenda garantizar y hacer compatibles salud y economía, nunca va a tener la unanimidad de la sociedad. Ahí está la Galicia de Feijóo dispuesta a copiar la medida de García-Page, aunque quizás aprenda la lección y no limite la utilización del código QR a la hostelería.
Pero si algo ha ocurrido de una manera patente es que muchos habituales de los bares han dejado de ir. Los hosteleros han comprobado la merma evidente de clientes de los de a diario en esos periodos de aperturas restringidas que se han alternado con los cierres. Esos espacios de socialización tan enraizados en nuestra manera de ser aparecen para un amplio sector de la población como un peligro. Ha triunfado esa idea -muchas veces puesta en duda cuando en momento de crisis se veían los bares y los restaurantes llenos- de que si en un momento dado la economía familiar no va bien, de lo primero que había que prescindir era de las cañas del mediodía y de las copas tras jornada del trabajo. Ahora muchos han renunciado, convencidos de que ir al bar es jugársela. La gente se ha concienciado con esas llamadas al confinamiento voluntario, ha renunciado a salir de casa, y ya se sabe que en España una mayoría asocia lo de salir de casa con el bar. La hostelería lo tenía crudo en cuanto comenzó la pandemia y me temo que con QR y sin QR lo va a seguir teniendo.