El problema de la Historia Antigua, y no digamos de la Prehistoria, es la falta de fuentes. Las fuentes históricas de un personaje universal como Jesús de Nazaret, del que siguen corriendo ríos de tinta, son escasísimas, desgraciadamente para las generaciones de historiadores empeñadas en la búsqueda del Jesús histórico. Lo contrario ocurre con los sucesos contemporáneos. El problema del historiador cuando se enfrenta a su tiempo y a un suceso como el 23-F de 1981, es el exceso de fuentes y sobre todo de memoria. Hay una montaña de periódicos, de grabaciones de televisión y radio, de aquellos días, y eso no garantiza que cualquiera que haya vivido ese suceso tenga una visión más clara que un hipotético historiador español, menor de cuarenta y cinco, años que haya dedicado más de media vida al tema, desde sus primeros pasos en las Universidad hasta el presente.
Cada uno tenemos nuestra propia memoria del 23-F, pero no todos somos capaces de hacer verdadera historia de aquellos acontecimientos. A lo largo de estos cuarenta años lo que se ha hecho, sobre todo entre las generaciones que lo vivieron al menos como adolescentes, ha sido seguir una serie de modelos y esquemas estereotipados en la “memoria común”, sobre la actuación de los diversos protagonistas, entre los que la figura del rey Juan Carlos aparece como fundamental para que el golpe no triunfara.
Afortunadamente, la persona de mediana cultura que ha querido saber lo que ocurrió tiene hoy a su disposición una decena de libros que clarifican aceptablemente el estado de la cuestión. Las sombras y las incógnitas cada vez son menos. Otra cosa son las conclusiones que uno puede sacar sobre el comportamiento de cada uno de los protagonistas y sobre las consecuencias de aquellos días. Todos tenemos preguntas todavía y desgraciadamente las seguiremos teniendo, aunque cada vez tengamos más claro lo que ocurrió. La grandeza y la maldición que vive a la vez en su vida un historiador, es que nunca acaba de agotar ni siquiera un instante de la vida del mundo. Anatomía de un instante, una narración de Javier Cercas ejemplar, no un libro de Historia, sería mi recomendación para alguien que ahora mismo quisiera acercarse de nuevo a aquel tiempo.
Si algo habría que reivindicar, cuarenta años después, es conocer todos los documentos que hoy día no son públicos y que con las actuales leyes españolas será imposible que los que vivimos aquello siendo incluso jóvenes podamos leer libremente. Las grabaciones telefónicas de Zarzuela, del Congreso de los Diputados, los informes del CESID, el propio sumario del 23-F… deben salir a la luz. La razón de Estado, que sirvió para que aquella noche de hace cuarenta años, la información que llegaba del Congreso de las Diputados fuera intervenida, y solo catorce horas después puesta al alcance de los españoles, no puede invocarse ahora.