Cuando a principios del año pasado se tuvieron las primeras noticias de la pandemia, el gobierno chino confinó a la población en sus casas y estableció todas esas medidas que luego se han ido tomando, con mayor o menor intensidad en todos los países del mundo, uno estaba convencido de que una restricción de libertades de esa intensidad sólo era posible bajo un régimen de ausencia de libertades y en una sociedad como la china acostumbrada a obedecer sin más. Desde el mundo occidental, acostumbrados al disfrute de libertades tan básicas como la de movimiento o libre circulación en el territorio nacional, resultaba algo imposible y que quedaba muy lejos. Hoy, un año, tres olas epidémicas y millones de muertos después, nadie ve algo distinto en las respuestas que las democracias plenas han dado para atajar el problema. Las fórmulas aplicadas han sido casi las mismas. Eso sí, la gran diferencia que cualquiera puede replicar es que esos recortes de libertades han sido tomados por un parlamento libremente elegido y legitimado por un verdadero sistema de libertades. Por cierto, ¿se imagina alguien que haciendo caso a los que propugnan la democracia directa y asamblearia en contra de la democracia representativa, hubiera hecho falta un referéndum para decidir sobre un asunto tan grave y que al fin y al cabo afecta a los principios constitucionales y a la esencia de la democracia? ¿se imagina alguien a cada autonomía llamando a sus ciudadanos a un referéndum para determinar las medidas a tomar?
El caso es que en las sociedades democráticas occidentales estas suspensiones de los principios básicos se han tomado con una normalidad que uno no sospechaba un año antes que se pudiera dar. Incluso hay sectores de la población que según se han ido adoptando algunas de estas medidas restrictivas de las libertades se han sentido confortados, apoyados y comprendidos por primera vez en muchos años por las autoridades. Y me refiero en concreto, al sector de población formado por padres de adolescentes y al bendito toque de queda que por primera vez en unas cuantas generaciones ha venido a ratificar desde los poderes públicos ese a las “diez en casa”, que desde también hace unas cuantas generaciones de adolescentes se ha convertido en una utopía en el noventa por cien de las familias.
Uno afortunadamente no tiene hijos adolescentes, pero el fin de semana pasado, cuando conducía poco antes de las diez de la noche y en los lugares habituales de concentración de adolescentes no había un alma, pensaba en los miles de padres que llevan unos meses durmiendo de un tirón los fines de semana y que estoy seguro rezan cada día para que el toque de queda siga por mucho tiempo en vigor. En esas familias, estoy seguro, con los chicos a las diez en casa y a buen recaudo, más de un padre y una madre grita, como aquellos españoles de 1814, a la vuelta de Francia de Fernando VII, un “Vivan las cadenas” que les sale del alma.