Convertido España en un país de servicios y en el que el turismo era, por lo menos hasta la pandemia, la principal fuente de riqueza, parecía existir un consenso sobre el tipo de turismo que necesitábamos: turismo de calidad y no de cantidad. Pasó el tiempo del turismo puro de sol y playa, camping, alpargata y mochila, el turismo de paquete turístico "todo incluido", que es otra forma de llamar al turismo de borrachera y farra y que apenas da para mantener unas instalaciones hoteleras que vivían de otro concepto.
Y decía que parece que todo el mundo está de acuerdo en el tipo de turismo que se necesita, hasta que aparecen algunos temas que desde la imposición de lo políticamente correcto y progresista se han convertido en verdaderos tabúes. Uno de esos temas intocables e incontrovertibles desde la nueva moral ecológica al uso es el de los campos de golf o el de los puertos deportivos; dos pecados que ese rigorismo moralista presentan como incompatibles de la sostenibilidad y ese concepto de progreso que pretenden administrar con exclusividad cuasi teológica.
Pero al turismo de calidad, el que se deja un dinero más allá de de los hectólitros de Larios o de DYC que consume per cápita, es difícil atraerlo con un paquete turístico de fin de semana. Se necesitan hoteles de primera categoría, restaurantes con estrellas Michelín y lugares como buenos campos de golf y puertos deportivos con amarres garantizados todo el año. Es difícil cuadrar el círculo de otra manera.
Cualquiera que estudie los beneficios de todo tipo que trae un campo de golf, bien planificado, como se hacen hoy en España, sabe si tiene buena fe que son innumerables, incluidos los ambientales. Por eso no es extraño que a la iniciativa privada, que hasta ahora ha sido mayoritaria en la promoción de estos espacios, se empiecen a unir cada vez más las administraciones públicas.
El Ayuntamiento de Pareja, en Guadalajara, uno de esos municipios ribereños del embalse de Entrepeñas que tanto han sufrido los abusos de los trasvases a Levante en su economía, han tenido la idea de impulsar un campo de golf de nueve hoyos, y para ello se han dirigido a la Confederación Hidrográfica del Tajo con el fin de poner en marcha su proyecto de campo público, rústico de golf, en el que el respeto por la topografía, la vegetación y la geología es el eje principal en unos terrenos que a día de hoy no cumplen otra función que la de ser testigos de lo que algún día fue aquel llamado mar de Castilla y sus riberas.
En la iniciativa sólo echa uno en falta el que, quizás acomplejados por la dictadura de lo correcto, no se atrevan a reclamar el agua que tienen al lado para su proyecto.