En realidad no es noticia. Mucho me temo que este Papa no pisará nunca tierra española. Después de no haber venido a Ávila en el centenario de Santa Teresa de Jesús, que por lo que uno sabe es doctora de la Iglesia, era muy difícil que viniera a celebrar el año Jubilar Guadalupano, por mucho que algunos de los promotores tuvieran la esperanza de lo contrario. Este Papa, le da a uno la impresión desde fuera y como mero observador, que se parece mucho, aunque él venda buenas formas y positividad, a esos curas que regañan domingo tras domingo a los que van a misa y hacen preguntarse a los fieles parroquianos que no fallan, qué harán con los que no van. Y ya digo que aparentemente el Papa Francisco vende lo contrario cuando habla y recomienda a sus curas que traten a feligreses con dulzura y compasión.
El Papa Francisco, dicen los que defienden su política de viajes, va a aquellos lugares donde los católicos son una minoría, muchas veces insignificante, pero que necesitan el aliento del pastor. Ir a países como España, dicen, donde las visitas se convierten en giras triunfales y baños de masas enfervorecidas no tiene mérito y ningún sentido como ejemplo evangelizador y sólo sirve como ejercicio de propaganda y de promoción de culto de la personalidad, más propio de políticos que de líderes religiosos… Venir a Santiago de Compostela, a Ávila o a Guadalupe a celebrar eventos en los que él éxito está asegurado no tiene mérito y es un derroche de medios que deben utilizarse de otra manera y conforme al mensaje evangélico. Curiosamente, estos argumentos coinciden en un alto porcentaje con los que nunca pisarán una iglesia ni tendrán que sufrir el sermón del cura regañón o pedigüeño a la manera del célebre párroco de Valdepeñas.
Pero también, hay muchos católicos que piensan que Francisco no ha sabido quitarse de encima, tras su ascenso al papado, todos esos prejuicios y tópicos del cardenal argentino Jorge Bergoglio, sobre la conquista y la evangelización de América que se han convertido desde los años sesenta del siglo pasado en una de esas verdades de fe incorporadas al dogma de las Iglesias Católicas en Hispanoamérica. Según esa visión, convertida en artículo de fe y compartida con todas las izquierdas y progresías posibles, latentes y existentes, todos los males de Hispanoamérica provienen de entonces.
Venir a España, sea a Santiago, a la Ávila de Santa Teresa o a la Guadalupe que saltó el Atlántico, supondría reconocer otra visión del mundo y de la Historia que está muy lejos de lo que traslucen los hechos, que no las palabras, del Papa Bergoglio. A Guadalupe, este Papa, ni para una boda.