La celebración del VIII centenario de la catedral de Burgos ha traído, entre actos culturales y religiosos, la voluntad del Cabildo de renovar las puertas de la fachada principal, y ya se sabe que en cuanto alguien anuncia una intervención en uno de estos edificios que acumulan historia y siglos, la polémica está servida. Es inevitable. Lo mismo da que se elija a un artista de vanguardia que a alguien que normalmente conecte con los gustos mayoritarios, como es el caso del tomellosero universal Antonio López. Es difícil contentar a todos y mucho más cuando la intervención se realiza sobre una obra de arte que, no lo olvidemos, se ha logrado por acumulación de tiempo, estilos y sensibilidades cambiantes.
Hoy nadie ve una catedral como la de Toledo, como la veían los teóricos puristas del siglo XIX que abominaban de todo lo que no fuera el “estilo gótico original”. A esos les sobraba el transparente y el cincuenta por ciento de las obras realizadas después del Cardenal Cisneros. Lo del arte moderno en una catedral de ocho o nueve siglos casi siempre acaba en polémica. Luego el tiempo acaba poniendo las cosas en su sitio. En el caso de las nuevas puertas de bronce de la catedral de Burgos, que sustituirán a las actuales que datan de principios del siglo XVIII, no podía ser de otra forma. La novedad del caso es que el artista ha dicho algo que es difícil oír de alguien de ese mundo: “A lo mejor los que se oponen al proyecto tienen razón.”
A Antonio López se le ha acusado a veces de hacer gala de una falsa humildad que estaría muy lejos de su verdadera personalidad. Se le acusa de hacerse el franciscano y “el Antoñito”. Uno lo ha puesto en duda casi siempre, y esas palabras, reconociendo a los que no tienen sus mismos gustos artísticos, vienen a confirmármelo. En cuestiones artísticas y estéticas pocos son los que tienen la verdad absoluta. Lo único que hoy podemos asegurar es que el Cabildo Catedralicio ha elegido a un artista reconocido hoy, en el siglo XXI, en todo el mundo. Que se le discuta su proyecto no es algo excepcional y ahí está la historia del concurso de las puertas del baptisterio de la catedral de Florencia para atestiguarlo.
Otra cosa es la calidad artística, la proporción y la acomodación al espacio en que se colocan algunas obras, sobre todo esculturas, que proliferan en casi todas las ciudades; y me da lo mismo, como es el caso de dos ejemplos horrendos y que le ponen a uno los pelos de punta en Talavera, que celebren a la Constitución o al triunfo del Corazón de Jesús.