En España llegar a ministro no es cualquier cosa, aunque si repasamos el listado de los que lo han sido en los últimos años se podría pensar lo contrario. Es verdad que no es lo mismo haber sido ministro de Adolfo Suárez, de Felipe González, de José María Aznar, de Rodríguez Zapatero, de Rajoy o de Sánchez. Poner que uno ha sido ministro de Leopoldo Calvo Sotelo en la tarjeta de visita puede sonar a uno de esos chistes que contaba con su cara de palo el titular de la Presidencia del Gobierno, y si lo que has sido es ministra de Zapatero corres el riesgo de que te pregunten si te llamas Leire Pajín o Bibiana Aido.
Pero a lo que vamos. Ser ministro es entrar en el nivel de la representación del poder con el coche blindado, los escoltas y el comprobar que por encima de tu escalafón solo está el jefe. Un pequeño inconveniente con el que cualquiera que llegue a un ministerio tiene que aprender a convivir. Lo malo de ser ministro es que el mismo dedo que te nombró es el que en cualquier momento puede convertirte en ex sin ninguna explicación. El método del motorista que utilizaba Franco para licenciar a sus ministros difiere en las formas que utilizan los presidentes elegidos democráticamente, pero coinciden diabólicamente en el fondo. Lo de liquidar ministros, en dictadura o en democracia, es un prerrogativa que solo tiene el jefe supremo y la dependencia que el dedazo produce sobre el sujeto que recibe la bendición es semejante al vínculo que se establecía en la Edad Media entre el señor y el siervo. Desde aquel día en que resultas ungido sabes que pasas a depender totalmente de su voluntad. Por eso no es extraño que en la última crisis de Pedro Sánchez algunos ministros declararan que se sintieron como pavos esperando la Navidad.
El inefable Pablo Tello, un adelantado del populismo que luego se nos ha venido encima, se hartaba de repetir que era mucho más importante ser alcalde de Talavera que ministro de Felipe o consejero de Bono. Los alcaldes de cualquier pueblo solo deben el sillón al voto de sus ciudadanos; el ministro, el consejero o el simple asesor, al dedo y el capricho del que lo ha nombrado.
A Isabel Rodríguez, alcaldesa de Puertollano, le ha nombrado Pedro Sánchez ministra de Política Territorial y Portavoz del Gobierno y todo el mundo a su alrededor está muy contento y no deja de felicitarse por tener una ministra que es una compañera, una amiga y bla, bla, bla. Ser ministra es muy importante y estos días de aterrizaje lo está comprobando Isabel Rodríguez, incluso, cuando alguno a los que le llegó el motorista hacían de tripas corazón para entregar la cartera sin que pareciera que entregaban la cuchara.
Uno tiene la sensación de que a Isabel Rodríguez la han degradado de alcaldesa de su pueblo a ministra de Sánchez.