Cuando en estos días alguien habla del cura de Talavera se da por entendido que se refiere al sacerdote condenado por la Audiencia Provincial de Toledo a ocho años de cárcel como responsable de una serie de delitos de índole sexual sobre una menor. El caso tiene todo el morbo del mundo, porque además, el cura mantenía una relación sentimental con la madre de la menor, a la que para colmo se la había sometido a un ritual de exorcismo, y, a uno, la verdad, cuando oye lo del exorcismo para expulsar el demonio, se le vienena la cabeza el peor de los daños que las sectas de cualquier índole pueden producir sobre la mente de las personas.
Cuando hablo o escribo sobre la Iglesia Católica siempre empiezo por dejar claro que como no pertenezco a ella, lo hago con la misma libertad y distancia con que lo haría sobre cualquier otra religión o ideología. Allá ellos, que son libres de creer en lo que quieran creer, incluida la existencia del demonio ocupador de cuerpos y de la capacidad de un ungido para expulsarlo, aunque también tengo la impresión de que cuando alguien se atreve a ejercer el oficio de expulsador de demonios está haciendo una competencia desleal a psiquiatras y psicólogos, como el curandero la hace sobre los titulados en medicina. Pero ya digo, la Iglesia Católica, que ha sido capaz de perdurar más de dos mil años, sabrá lo que se hace cuando autoriza esas prácticas y expide títulos de exorcista con todas las del derecho canónico, aunque a uno le parezca que la misma Iglesia Católica se desacredita igualándose a los africanos que te ofrecen una sesión de vudú para limpiarte el aura.
Algo que me preguntaba en estos días era cómo la propia Iglesia no ha reaccionado a la vista de la sentencia y dejado clara la relación que este presunto sacerdote mantiene con ella. Según uno había oído, las normas de Derecho Canónico últimas dictadas por el papa Francisco, no dejan lugar a dudas para cortar por lo sano en estos casos. Una nota del Arzobispado aclarando la situación haría mucho bien a la propia Iglesia y daría tranquilidad a sus propios feligreses. Y mucho más, son necesarias las aclaraciones, cuando hoy cualquiera se puede disfrazar de cura o de obispo (no de imam o mulah) y presentarse en el juzgado con un uniforme que ya no le corresponde.
Pero, como decía, la Iglesia es sabia y sus líderes sabrán si lo de seguir produciendo exorcistas y escondiendo el ala ante la opinión pública en casos como este es lo mejor para sus intereses.