En realidad no es el último sino el penúltimo, porque después de él vino don Antonio Cañizares Llovera, aunque este no acabara su ministerio episcopal en Toledo sino en Valencia, uno de esos signos que deja muy claro que la “Dives toletana” hace tiempo que ya no es lo que era. Toledo era, hasta la instauración de las Conferencias Episcopales, la sede del Primado de España y como tal ejercieron sus titulares hasta tiempos bien recientes. La huella dejada en la Historia de España de don Pedro Segura y Saenz, por don Isidro Gomá y Tomás y por don Enrique Pla y Deniel, por solo remontarnos a los años treinta del siglo pasado explican por sí solas el peso que el Arzobispo-Cardenal de Toledo tenía en España y en el ámbito de la Iglesia Católica.
Son otros tiempos, la Iglesia Católica se rige y se dirige con otras formas. Ser Arzobispo de Toledo suponía casi de manera inmediata ser promovido al cardenalato. A don Francisco Álvarez Martínez, ese obispo asturiano, tímido, discreto y muy distinto en su día a día a las dos grandes personalidades que le habían precedido, el papa Juan Pablo II le concedió el birrete cardenalicio, apenas un año antes de que aceptara su dimisión de la cátedra de San Eugenio y San Ildefonso. Eso sí, le permitió formar parte del Colegio Cardenalicio que eligió a Benedicto XVI. Después de él cardenal-arzobispo Cañizares, con su traslado a Valencia, demostró palpablemente que a la Archidiócesis de Toledo sólo le quedaba el brillo de su catedral y una historia secular enraizada en la más profunda historia de España. No hay nada que reprocharle a don Antonio. Antes que él don Enrique Vicente y Tarancón, dejó Toledo por Madrid y fue el encargado de bendecir la Santa Transición, mientras don Marcelo González despedía al antiguo régimen. Los dos fueron los dos últimos grandes cardenales arzobispos de Toledo, aunque uno de ellos mostrara que el futuro no estaba aquí.
A don Francisco le crearon cardenal como si hubiera que cumplir un puro trámite para salvar la imagen de prestigio de Toledo. Tras ese nombramiento ya no se disimula. La sede toledana ya no forma parte de las diócesis de primera categoría especial. Cualquier obispo del montón puede ser arzobispo de Toledo, aunque eso sí, nunca formará parte del cónclave que elegirá a un Papa.
Este viernes, si se cumple la tradición y el protocolo covid no lo impide, el hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad, que dicen fundada por Alfonso VI tras la reconquista de Toledo, echará la última palada de tierra sobre la tumba abierta en el suelo de la catedral que hace ya casi veinte años rigió, cerca de esa inscripción, de la losa de su antecesor Portocarrero que sigue estremeciendo el corazón a los visitantes: “pulvis, cinis, nihil”.