Los agricultores productores de lavanda de la Alcarria andan con la mosca en la oreja. En Bruselas, a los políticos que andan detrás del Pacto Verde de la Unión Europea se les ha cruzado en el camino de la burocracia el cultivo de lavanda, una de esas raras especies vegetales capaces de adaptarse a las duras condiciones climatológicas de algunas zonas de la Península Ibérica y ser mínimamente rentables.
El problema del cultivo de la lavanda no es, por una vez, alguna objeción de tipo ecológico a su cultivo, sino a uno de los productos finales que lo hacen rentable. El aceite esencial, obtenido por destilación de lavandas y lavandinas corre el peligro de ser calificado como producto químico y por consiguiente ser prohibido para su uso en la industria cosmética. Algo que haría inviable su cultivo, porque, como dicen los agricultores nadie va a cultivar lavanda para que sirva de decorado de un festival de música.
Uno no tiene los suficientes conocimientos técnicos para saber si de verdad, el linalool, que es una de las seiscientas moléculas presentes en el aceite esencial, es perjudicial para la salud, aunque lleve toda la vida usando colonias de baño con aroma de lavanda, incluso antes de que existiese Mercadona y su fragancia. Pero si puedo decir, que hasta ahora nunca tuvo una reacción alérgica, que al parecer también es lo que puede producir el dichoso linalool al uno por mil de los usuarios. Y en esto, como en casi todas las cosas pequeñas grandes de la vida lo que a uno le parece es que debe imponerse el sentido común.
Sustancias potencialmente alergénicas hay a miles y por eso no han dejado de producirse o de usarse por la población libre de alguna alergia, aunque desgraciadamente cada vez sean menos los que pueden declararse libres de sufrir alguna. Lo suyo sería, comprobado el potencial alergénico del aceite esencial, informar al consumidor de su presencia como se hace en otros muchos productos. Uno quiere pensar que ese sentido común se acabará imponiendo y el nubarrón que ha aparecido entre muchos habitantes de la Alcarria y otras zonas de la región dedicadas al cultivo de estas plantas aromáticas, se disipe y no acabe en una tormenta que sería de unos efectos definitivos para el sector.
Y es que el invento de unos agricultores, que vieron una salida creativa a su actividad de siempre con la introducción de un cultivo que se adaptaba a las duras condiciones de la España seca, que ha creado riqueza y belleza en lugares donde parecía imposible hacerlo, merece contemplarse desde Bruselas con el tiento y razón que se supone pondría cualquier ciudadano de a pie.