Desde su fundación en tiempos de Fernando VII (quizás la única buena obra de su reinado) el Museo del Prado no tuvo suficiente espacio para exponer todas sus obras. Afortunadamente las colecciones reales eran tan extensas y valiosas que desde el principio los gestores del museo tuvieron que lidiar con “un problema” que para sí quisieran, con un claro ejemplo en los norteamericanos, muchos de los museos del mundo.
El problema se “agravó” con el proceso de desamortización y la llegada al Prado de muchos de los fondos artísticos pertenecientes a conventos, legados e instituciones. Ahí nació el Prado oculto y el Prado disperso, pues muchas obras pasarían a tener una nueva vida en los almacenes del museo, mientras otras se cedían en depósito a Ministerios, Diputaciones, Sedes de Tribunales etc. para que sirvieran de adorno, recuerdo y complemento de su historia. Con el Prado oculto y el disperso, se dice, se podrían llenar museos a lo largo de toda España en todas las capitales de provincia y ciudades principales sin ningún problema.
Por eso uno se alegra cuando parece que el Palacio del Infantado de Guadalajara, si todos los astros se alinean y todo sale como se espera, será en tres años, la sede de una colección procedente del Prado relacionada con la ciudad y que a buen seguro añadirá un gran valor patrimonial a la ciudad. Lo de Guadalajara, muchas ciudades en todo el territorio nacional lo querría para sí y uno espera que la iniciativa se extienda a muchas otras ciudades.
Está muy claro que obras, vamos a decirlo así aunque ante el arte cualquier catalogación de este tipo no sea muy científica ni justa, obras decía, pertenecientes a artistas de segunda fila, tienen pocas oportunidades de ser contempladas permanentemente en la pinacoteca madrileña, mientras que lucirían como merecen en estos museos de provincias.
La dirección del Prado no ha sido muy partidaria de estos depósitos, quizás porque la valoración de las obras y de los artistas nunca es constante y varía a lo largo del tiempo y se ha temido siempre que una política de préstamos y depósitos tiene unos riesgos que pocos directores han decidido afrontar.
Por eso ahora hay que agradecer a Miguel Falomir, el director del Museo del Prado, el paso dado al frente de una iniciativa que puede abrir un camino para la exposición pública de muchos de los tesoros ocultos del museo.
Está claro, que aunque será difícil decidir el conjunto de obras que llegarán al Palacio del Infantado para que allí el público se encuentre con una colección coherente y ligada a la ciudad, el primer paso, el más importante ya está dado. El Prado extendido es hoy menos oculto y más accesible y eso siempre es bueno.