Seguro que el amigo Javier de Pablos sabrá explicar mejor esa aparición, que a uno se le antoja fantasmal, de la Fundación Caja Castilla La Mancha como fondo y logotipo en la entrega de los Premios José Antonio Dávila promovidos por la Sociedad Toledana de Estudios Heráldicos y Genealógicos en el toledano Palacio de Benacazón hace unos días. Uno creía que, como la propia CCM, simplemente no existía, liquidada como ella y absorbida por esa continua fusión que uno, la verdad, tampoco sabe bien en qué banco, caja o lo que sea, ha acabado.
Si uno no está mal informado quiere recordar que allá por el año 2015 hubo un expediente de regulación temporal de empleo que a continuación se convirtió en un “erte” extintivo y la consiguiente extinción de la entidad. Por eso me ha llamado la atención esta aparición sorpresiva de un muerto que uno creía bien liquidado, pero que por lo que se ve, con un logotipo renovado al menos existe de esa manera etérea y fantasmal que acompañan a los expedientes de misterios. Quizá sea mi ignorancia la que me hace confundir un vivo con un fantasma y la que me hace preguntarme qué fue de aquello. Ya digo que las preguntas que hoy se le vienen a uno a la cabeza quizás tienen una respuesta, pero a uno le llama la atención esa reaparición después de años de silencio y de creer que la fundación como tal, simplemente ya no contaba entre las entidades vivas.
La quiebra de las Cajas de Ahorro, que no crisis bancaria como pretendieron vendernos, fue una verdadera desgracia para este país y fue uno de los principales indicadores de cómo la política, invadiendo las competencias de los ahorradores o cooperativistas, al fin y al cabo los dueños de ese negocio, pueden echar al traste cualquier cosa que se les ponga por delante. Uno tiene la esperanza de que al menos esa quiebra de las cajas de ahorro haya servido como ejemplo, para un par de generaciones, de lo que el intervencionismo y el afán de monopolizar cualquier tipo de poder pueden provocar.
Las Cajas de Ahorro y la Obra Social que llevaban aparejadas fueron un gran invento y funcionaron mientras los políticos, de uno y otro lado, recién llegados al juego de la democracia, respetaron su funcionamiento y no las convirtieron en un apéndice más del sistema y un instrumento financiero para sus fines.
Hay que recordar, ahora que reaparece el fantasma de lo que fue, pudo ser y al final no fue nada, que una tercera parte de los beneficios de estas entidades se revertían en la sociedad y que esas fundaciones acumularon un patrimonio social, cultural y económico, que a uno, cuando echa la vista atrás le parece una de esas cosas imposibles de vivir dos veces. Eso sí, los fantasmas existen.