Uno piensa que una de las peores desgracias de los últimos años para todos los españoles ha sido la irrupción de los populismos a izquierda y derecha. Afortunadamente hay signos claros de que se cumple ese principio fundamental de la vida según el cual, todo lo que sube está irremediablemente condenado a bajar. Por lo pronto el populismo de izquierdas ocupa simplemente el lugar marginal que en España desde la Transición se reservó para el Partido Comunista y sus diversas mutaciones. Lo del populismo derechista, despejado el peligro inmediato del extremismo de izquierdas, todo apunta a un reagrupamiento natural a los sectores de centro derecha en su hábitat natural marcado por el liberalismo, la moderación y la alergia de todo lo que huela a guerracivilismo. Vox no es ni más ni menos que la reacción natural desde la derecha a la continua ostentación por parte de la izquierda de una superioridad moral que impone modelos y dicta lo políticamente correcto. Nunca nadie en la derecha, fuera de la centralidad, alcanzó mayor éxito que los de Abascal.

Los que todavía creemos que la Transición es un periodo memorable y único de nuestra historia en la que los españoles dimos una lección al mundo de sobre qué bases se debe construir una democracia, hemos vivido unos años de estupefacción con la irrupción de los populismos. Vale, decía uno; ha habido errores, abusos y una corrupción sistémica que indignaba a cualquiera que se asomará a la plaza pública… pero la solución no pueden ser esas fórmulas mágicas que tienen todo el aroma soviético en un parte y mussoliniano en la otra.

Uno de los periodos históricos que los europeos no debemos olvidar es el periodo de entreguerras. Un momento histórico en el que las democracias liberales asentadas en Francia, Reino Unido y Alemania sufrieron su mayor crisis ante la opinión pública y en el que irrumpieron como fórmulas mágicas para todos los males: comunismo y fascismo. Entonces ser demócrata y liberal no estaba de moda. No había alternativa; o eras bolchevique o eras fascista.

El populismo, surgido a partir de mayo del 2015 desde la izquierda, provocó la reacción como movimiento de péndulo de la derecha y en esas estamos, aunque haya síntomas claros de que esta vez, en la España del siglo XXI han sido minorías, en clara recesión ahora, los que se han dejado llevar por los históricos flautistas de Hámelin, con sus clásicos emplastos milagrosos, elixires y crecepelos.

Hace cuatro o cinco años, en pleno auge populista, una persona más mayor que yo, descalificó sin más a Manuel chaves Nogales por su pertenencia a la “tercera España”, algo que me puso los pelos como escarpias porque estaba seguro de que esta persona había leído el prólogo de “A sangre y fuego” y había vivido la Transición… Así iban las cosas.

Afortunadamente, digo, hoy, todo lo que sube baja.