Emiliano García-Page se ha quedado solo en su partido defendiendo el café para todos, esa fórmula de cohesión territorial inventada por Adolfo Suárez que nacía con la Constitución hace cuarenta y cinco años. Quizás sea exagerado decir que se ha quedado solo, pero sí en una minoría absoluta de esas que eran el ideal poético del excéntrico y exquisito Juan Ramón Jiménez expresado en sus dedicatorias: "A la minoría siempre", nada de esas inmensas mayorías populares, populistas y populacheras que cantaban por esos mítines de cuando la Santa Transición los Albertí o los Celaya. El café para todos en el PSOE de Sánchez es como mentar la bicha en una reunión de taurinos supersticiosos. Desde aquel nefasto pacto del Tinell, ratificado por las reacciones del partido de ZP tras el 11-M, los nacionalistas saben que mandaran en España siempre que sumen con esa izquierda que les sostendrá el chiringuito. Mayoría de progreso le llaman.
Por si alguno no se acuerda, la fórmula cafetera de Suárez fue ratificada con entusiasmo por el PSOE con la LOAPA y las leyes que siguieron. Se vendía, con toda razón, que ningún español podía tener menos derechos que otro por el hecho de vivir en un territorio diferente. Aquello, hace cuarenta años, era el discurso clásico de las izquierdas del mundo occidental desde aquella egalité colgada del escudo jacobino de la Revolución francesa.
Page, a contrapelo de su partido, ha elogiado en la UCLM lo que supuso para el concepto de igualdad ciudadana sacar adelante el título VIII de la Constitución del setenta y ocho, porque lo que manda y se impone en su partido es la geometría variable, creativa y a medida de la necesidad del momento.
Aunque para Emiliano debe ser una satisfacción de tamaño borbónico, los apoyos y elogios implícitos y explícitos que provienen del tándem González-Guerra, sabe también que desde hace tiempo en su partido eso es peligroso. Baste que uno de esos históricos indique a la militancia a un ungido para que todo se trastabille y desbarate a su alrededor. La militancia del PSOE, apenas un uno por ciento en relación a sus votantes, se ha radicalizado en un grado muy superior a sus dirigentes, como si en el PSOE hubiera triunfado aquel pilar del pensamiento maoísta de la revolución cultural. Estoy seguro que si por la militancia fuera, y no de los votantes que son los que le han puesto ahí, Emiliano García-Page haría años que habría perdido su "cobija". Él, creo que también lo tiene claro.