Sin ninguna duda una de las mejores pruebas de la eficacia de las políticas sobre despoblación en el medio rural es el mantenimiento de las escuelas rurales abiertas. En Castilla-La Mancha se mantienen abiertas a partir de cuatro alumnos y aunque no tengo datos sobre la evolución en los últimos años, mi impresión subjetiva es que, al menos, lo cosa no ha ido a peor. El cierre de una escuela rural siempre es una mala noticia porque nos dice que esa población, desgraciadamente no tiene ningún futuro. Un pueblo sin niños, como una de esas películas de ciencia ficción y pueblos fantasmales de serie B en los años cincuenta del siglo pasado. Una pesadilla.

Y lo peor del problema de las pirámides de población comunes al mundo rural, sustentadas sobre la ausencia de sus cimientos, es que, como tantos otros problemas en los que aparentemente basta con invertir lo suficiente y todo el mundo tiene su solución mágica, en la mayoría de los casos se muestran como irresolubles. Igual que en el siglo XVIII con la furia del triunfo de la razón brotaban como hongos en otoño los arbitristas y sus fórmulas mágicas para solucionar los problemas económicos del país, en cuanto se habla de despoblación no hay quién renuncie a aportar una solución al problema. Sin embargo, los hechos son tozudos y me temo que las tendencias demográficas se revertirán en algunas áreas muy determinadas del mundo rural pero también será inevitable que muchas otras no tengan esa suerte.

Está claro también que las inversiones en educación, infraestructuras e inversiones públicas en general, y que a veces damos por descontadas, ayudan a cambiar las dinámicas, y por ello es necesario persistir aunque muchas veces falten los frutos. No hay que desfallecer y las políticas de lucha contra la despoblación deberían ser, como tantas otras, políticas de Estado, aunque cualquiera sabe que el factor humano, los ideales de vida actuales, no le llevan a uno al optimismo.

En los pueblos, para cualquier padre tener asegurada la educación de sus hijos sin necesidad de ningún desplazamiento, hasta al menos los doce o trece años con la incorporación a la Educación Secundaria Obligatoria, es un verdadero alivio. Y si esa educación es de la calidad que el sistema de Colegios Rurales Agrupados garantiza desde hace años, la tranquilidad es mucho mayor.

Y es que los colegios rurales agrupados garantizan que cualquier niño tenga acceso a los mismos especialistas y recursos que si viviera en una ciudad y no tendrá mayor dificultad, sino todo lo contrario la mayoría de las veces cuando tenga que acceder al siguiente nivel educativo. Esa es hoy una realidad en la región y en toda España, que ojalá ayude en una revitalización a la altura del siglo en que vivimos en las zonas rurales.