Está claro que, al menos por unos cuantos años, el asalto a los cielos que parecía inminente en el nacimiento de Podemos tendrá que esperar. Como en la espera de la parusía de los cristianos, la izquierda que odia a la socialdemocracia tendrá que aplazar el fin de los tiempos y el advenimiento de la nueva era construida sobre el nuevo ser humano que Stalin exigía a sus arquitectos de hombres. Otra vez será, porque el petardazo de Pablo Iglesias Turrión ha durado lo mismo que los cientos de intentos de reciclaje de una mercancía tan averiada por el uso como el comunismo, llevados a cabo desde la caída del muro para acá.

Da lo mismo el disfraz que tengan que utilizar para camuflar unas siglas y unos símbolos que tienen detrás millones de esclavos y muertos: ecologismo, feminismo, lucha de género… todo vale para intentar embaucar a quien, por otra parte, está dispuesto a que le den el timo de la estampita con el cambio de siglas o los discursos de la transversalidad por encima de izquierdas y derechas. El último intento se puede dar por fracasado y en ello tiene que ver mucho tanto su empeño propio en empezar siempre por la depuración de las propias filas como haberse encontrado con la resistencia para ser liquidados de su espacio con políticos como Page y Sánchez: dos formas de aplicar la vieja y conocida táctica del abrazo del oso.

Anteayer en 'El hormiguero' de Antena 3, el viejo dinosaurio Alfonso Guerra se regocijaba explicando cómo aquellos asaltantes de las esferas celestes se habían quedado en vulgares aspirantes a un sueldo del Estado, como cualquier vulgar funcionario, salvando, eso sí, el engorroso, trabajoso y enojoso trámite de presentarse a una oposición en competencia con unos cuantos miles de aspirantes. Y es que era más fácil montar una franquicia política que dedicarle unos cuantos años a preparar una oposición a notarías, registros de la propiedad o técnicos de la Administración del Estado, salida esta natural para los licenciados en Políticas de toda la vida. Vinieron, decían, a regenerar la política y a acabar con la casta, pero a las primeras de cambio cantaron la gallina. No había nada nuevo en lo que vendían camuflado en la vieja demagogia del populismo arrastrada desde la Grecia de los sofistas. Solo había que darles cuerda y dejarles que apareciera su ser natural.

Es lo que hizo García-Page en su primer gobierno en Castilla-La Mancha con aquellos consejeros que tantas horas de diversión y regocijo nos dieron, y es lo que lleva haciendo Pedro Sánchez desde su primer Consejo de Ministros y Ministras, mediante el uso de la necesidad, la virtud y la rendición incondicional a sus encantos de una mujer, con la habilidad impagable de restar sumando.