No hay manera de que la derecha española aprenda de la historia inmediata. Una y otra vez en cuanto tocan el poder los peperos se empeñan en que la primera tarea que tienen que hacer, como si el imperativo categórico de Kant les impulsara en su acción de gobierno, es arreglar las cuentas que otros durante años se empeñaron en descuadrar. Lo que normalmente les ocurre después de tres años hablando de ajustarse el cinturón y poner la casa en orden es que cuando pretenden, en el último año de legislatura, permitirse alguna alegría con el contribuyente ya es tarde. Parece mentira que tras el célebre debate entre el ministro socialista Pedro Solbes y la gran esperanza económica emergente de la derecha, Manuel Pizarro, allá cuando en el horizonte aparecían más que claras las evidencias de la crisis del 2008, no les haya servido de lección.
Para aquellos de mis lectores que no vivieran o no recuerden lo que sucedía hace ya tres lustros (coño, cómo pasa el tiempo), les diré que aquel brillante debate económico, con todo respeto hacia los dos grandes economistas que eran Solbes y Pizarro, lo rememora uno como la pugna entre un médico que receta pasteles y dieta libre y el que, diagnosticada la seria enfermedad que aqueja al paciente, le anuncia la necesidad de dieta estricta y una cura de caballo a base de inyecciones, purgantes y supositorios durante treinta y seis meses y luego ya veremos. No hay color. Entre la pastelería o la farmacia, no sólo un niño escogería la opción que escogió la mayoría de españoles para la segunda legislatura de Zapatero.
Lo que hace que un alcalde repita y gane elecciones desde que se inventó la democracia es que antes que sufrimientos, sangre, sudor y lágrimas, prometa gasto para todos, porque alguien, aunque sean los hijos o los nietos, acabarán pagando, o no, el dispendio del padre de familia. Y de nada sirve en los tiempos que corren argumentar que el gobierno regional, el nacional, la Unión Europea o la ley de Moisés, nos limita el gasto, porque como bien ha comprobado hasta el último de los observadores económicos, en España, por tierra, mar y aire, cualquier cosa, desde cualquier administración que se precie y mantenga el más mínimo instinto de supervivencia, antes todos cornudos que anunciar un recorte.
Así que, cuando veo a mi amigo y compañero José Julián Gregorio y su equipo de gobierno en el Ayuntamiento de Talavera de la Reina empeñados ante todo en poner las cuentas en orden, antes de ponerse a gastar, como bien es verdad haría un padre de familia responsable que hereda un montón de deudas, piensa que efectivamente en el PP no han entendido nada. Vuelven a recetar los supositorios de calibre magnum de Pizarro y se olvidan de la pastelería variada y apetitosa para cualquiera de don Pedro Solbes. Invitan a unos perpetuos ejercicios espirituales ciudadanos y no recuerdan que lo que le gusta a cualquier español es que le inviten a la caseta municipal de la feria.