Los primeros datos de población conocidos del Instituto Nacional de Estadística (INE) confirman que las políticas de intervención utilizadas hasta la fecha para revertir la tendencia crónica de la mayoría de las zonas rurales españolas han supuesto un rotundo fracaso. Tiene uno la impresión de que el gasto realizado ha obtenido unos resultados ridículos con respecto a los objetivos definidos. De norte a sur no hay ni la más mínima señal de que ni siquiera se haya conseguido contener la sangría de población rural con destino a los centros urbanos. Nuestra región es un buen ejemplo: crece la población, pero ese crecimiento se concentra en municipios de más de diez mil habitantes.

Uno reconoce que desde hace unos años la distribución de la población española preocupa a todos los gobiernos y a todas las fuerzas políticas, pero también tiene la impresión de que todos los esfuerzos presupuestarios realizados apenas han obtenido resultados palpables y también me temo que será difícil que lo consigan.

Uno de los mejores indicadores, fuera de los datos fríos del INE al que por ahora felizmente no ha llegado ningún Tezanos, es que sigue siendo noticia el que alguien de la ciudad “comete la extravagancia” de volver al pueblo y los medios de comunicación se vuelcan con ello y lo presentan como tal. Y es que la vuelta al pueblo sólo es posible cuando, además de existir unas posibilidades abiertas reales, generalmente fuera de los sectores tradicionales, también hay una vocación por los valores positivos y negativos de la vida rural, que por lo que uno también observa son abrumadoramente minoritarios en la sociedad actual.

Algunos optimistas antropológicos dirían que es posible cambiar esa mentalidad que asocia al progreso, la prosperidad y la calidad de vida a la urbana por la posibilidad de elección que ofrece contra el determinismo que parece impuesto por la relación con la tierra en la vida rural. Casi siempre hasta ahora, la elección por lo rural ha llevado consigo una renuncia a ciertos bienes y a adoptar un estilo de vida que implica ascesis y renuncias. El que vuelve al pueblo hace el balance de renuncias y manifiesta que le compensa. Aparece siempre la postura del urbanita que adopta unos nuevos valores que para bien o para mal son los dominantes.

Ya se sabe que los cambios de valores que de verdad afectan al estilo de vida no son fáciles de obtener, incluso cuando se emplean métodos como aquella ingeniería de almas tan en boga en algún desgraciado momento del siglo XX. Me temo que revertir la dinámica poblacional española es, por ahora, con el mismo humano de siempre, un imposible que es algo que también suena muy bien.