Después de lo que nos prometían sería el Aeropuerto don Quijote de Ciudad Real y lo que hoy es en la realidad, uno se ha vuelto aeroescéptico. Cada vez que oye de la creación de un aeropuerto enclavado en alguna de las provincias de la región limítrofes con Madrid le invade una ola de aeroescepticismo como si acabara de leer aquel tratado filosófico titulado “Que nada se sabe”, del gallego Francisco Sánchez “el Escéptico”, que uno conoció en los tiempos de COU de la mano del inolvidable profesor de Literatura Manolo Pardavila, ejerciente, y doctorado asimismo, en escepticismo y galleguía.

Y el caso es que uno tiene que reconocer que cuando se adentra en el argumentario de los impulsores de cualquiera de estos proyectos le resulta difícil quitar razones y llevar la contraria. Pero ya digo, en la vida en cuanto uno cumple unos años pesan más las experiencias de perro escaldado que todos los planes de futuro perfectamente argumentados, pero que uno ha visto repetir delante demasiadas veces.

Es indudable que Madrid necesita una alternativa a Barajas y que todas las cifras que se presentan en este nuevo proyecto tienen una coherencia incontestable y un potencial indudable desde un punto de vista económico y social: miles de puestos de trabajo, repercusión inmediata en la riqueza regional… todo tendría que colaborar a borrarle a uno cualquier sombra de duda. Y sin embargo, ya digo, la sombra del Escéptico y sus enseñanzas pueden más en uno que cualquier proyecto perfectamente argumentado por cifras, cálculos y proyecciones de futuro. Desde aquellos tiempos anteriores a la penúltima crisis en los que llovían las metáforas en los medios de comunicación sobre despegues definitivos y rutas que nos ponían en el mundo y a media hora de Madrid, uno oye hablar de aeropuertos y se le pone carne de gallina.

Lo del aeropuerto de Casarrubios del Monte en la frontera de Toledo con Madrid en la A-5 lleva sonando desde finales de los años setenta del siglo pasado y por unas causas o por otras, entre las que fue decisiva la opción de ampliar Barajas, el proyecto se fue diluyendo y reapareciendo cada vez que se constatan las necesidades de Madrid y las insuficiencias, otra vez del gran aeropuerto español.

Ahora desde hace unos años la empresa Air City Madrid Sur impulsa el proyecto y en estos días se entera uno de que las organizaciones de empresarios de Madrid y Toledo han realizado una visita a la sede del proyecto en Casarrubios para apoyarlo, y se le vuelve a aparecer inevitablemente a uno aquella divina esperanza de la que hablaba Rubén Darío. Uno, al fin y al cabo ya que vive, no deja nunca de tenerla.