Después de habernos enterado, gracias a la política de comunicación que le marca Pablo Iglesias a Podemos, de la oferta de Pedro Sánchez de la Embajada en Santiago de Chile a Irene Montero, no le extrañaría a uno que un día de estos le ofrecieran a Emiliano García-Page otra embajada. Lo suyo sería nombrarle embajador ante el Vaticano en Roma, que ya se sabe que esa es una de esas embajadas a las que pocos mortales con ganas de vivir la vida le dirían que no. Vivir la vida romana y experimentar el dolce far niente en plena plaza de España en la capital italiana es algo tan grande, que pocos son los personajes que han pasado por el trance, han gozado de tal privilegio y se han resistido a contarlo. ¡Ah, Roma y la plácida vida romana! ¿Quién se resistiría a ello? A Pedro Sánchez es la última guinda que le queda para coronar el pastel del partido sanchista. Nadie antes llegó a tanto. Ni siquiera “Dios”, aquel Felipe de los ochenta al que solo le hacía falta una frase irónica para dejar fuera de juego a cualquier oponente interno.
Algo hemos prosperado. El padrecito Stalin mandaba a los queridos camaradas, acompañados de toda su familia, a que gozaran las delicias de la redención socialista con una gira por los diversos establecimientos de la cadena hotelera Gulag, y Sánchez les otorga una embajada en Chile y encima las desagradecidas compañeras gimotean ante la propuesta, se enrabietan y lo filtran a la prensa. Muerden la mano que les alimenta, se rebotan como colegialas. Deberían aprender de don Gonzalo Queipo de Llano, aquel general en la mejor tradición de los espadones decimonónicos que se tomaba con deportividad sus vacaciones romanas pagadas por el Estado: “Hay que ver lo mal que me quiere Franquito y cada mes me encuentro con que me ha subido la asignación”.
Lo de García-Page, si no ha llegado, llegará y no le extraña a uno que desde Ferraz-Moncloa, la doble sede sanchista, ahora se acuerden de que en Castilla-La Mancha hubo una época en la que los mandatos presidenciales estaban limitados a dos y Page estaría casi ya en el mandato del pato cojo. Claro, que aquellos eran los tiempos de la malvada Cospedal. Luego al PP le faltó tiempo para dar marcha atrás y dejar vía libre a Page para que también a la próxima se permita el lujo de rechazar la Embajada del Vaticano en Roma y Sánchez, con toda razón, eche la culpa al PSOE.
Yo confieso que en ninguna de mis futuras reencarnaciones como político de la Federación de los Pueblos Ibéricos, rechazaré una oferta digna de don Vito. Lo aseguro. ¡Ah, Roma y las romanas!