La semana pasada hice como Antoñito el Camborio y me fui a Sevilla a ver los toros. Es verdad que me dejé la vara de mimbre de andar los caminos de Navamorcuende en casa, cogí el AVE y la única pareja de la Guardia Civil la entreví en un helicóptero que sobrevolaba el paseo Colón a la entrada de la plaza de toros. La culpa del arranque lorquiano la tuvo Tomás Rufo, el torero de Pepino que toreaba dos tarde en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y las dos salidas por la puerta del Príncipe de los dos últimos años. No quería perderme la tercera pero no pudo ser. Los toros de Jandilla y los de Alcurrucén tuvieron buena parte de la culpa. Vi pasar por la plaza doce toros a los que no había una sola pega que poner a su presentación, pero que no demostraron llevar nada de eso que a un toro bravo se le supone.
Pase el petardo de los Jandilla de Borja Domecq, porque al fin y al cabo no tienen ninguna responsabilidad en la carrera de Tomás Rufo; imperdonable los de Alcurrucén porque los Lozano, además de propietarios de la ganadería, son los responsables de guiar los pasos del torero de Pepino y como la camada de este año apunte en la misma dirección que en Sevilla estamos arreglados. Uno se consuela con el hecho de que las dos corridas que matará en Madrid el 16 y el 23 de mayo son de Victoriano del Río y El Puerto de San Lorenzo, aunque luego nos llevemos otro chasco, porque hay que reconocer humildemente que de esto de los toros no hay quien sepa ni acierte y que los máximos interesados en que los toros embistan son los propios toreros y sus apoderados. Pero, en fin, uno sintió las dos tardes que algo no funcionaba y así lo tengo que decir. Ojalá Madrid sirva para recuperar lo perdido en Sevilla. Sin crítica no hay mejora. Me gustaría escribir otra cosa y lo haré en cuanto tenga ocasión.
Menos mal que en Sevilla me esperaba la exposición de pintura de mi amigo Santiago Ydáñez con una muestra de diversas etapas de su carrera en la que la unanimidad de los elogios de la crítica y el público han coincidido. La galería Veta, en un recinto cercano al puente de San Telmo en el denominado muelle de Nueva York, ha desplazado unas cuantas obras de Ydáñez y aquí no ha habido dudas. El mundo pictórico de Ydáñez estaba culminado con un toro disecado de su propiedad que asombraba a los visitantes. Si con Tomás Rufo uno se llevó un disgusto, con las obras de Santiago Ydáñez se reconcilió con el mundo del arte. La misma vena: tauromaquia y pintura. Sevilla en abril además hace que cualquier disgusto se pase mejor.