El Gobierno de José María Barreda, visto desde la distancia, fue un Gobierno lleno de buenas intenciones. Él pagó el cansancio de los ciudadanos por muchas decisiones y prácticas que no tenían nada que ver con su gestión. Le tocó un tiempo difícil y él ahora está empeñado en mostrar su verdad a través de su memoria, algo que uno le agradece porque me gusta leer memorias a pesar de saber que ese género ante todo es una mirada al mundo desde el protagonista que escribe y es muy difícil –aunque haya siempre un masoquista del estilo de Juan Goytisolo- que alguien escriba sus memorias para echarse mierda encima. De todas maneras, uno prefiere leer biografías, memorias y diarios antes que una ficción que siempre será superada por la realidad.

A José María Barreda le preocupaba Talavera y no solo porque era el segundo caladero de votos en la región. La aparición de movimientos reivindicando el peso de la ciudad en la región y el tinte "nacionalista" que coloreaba a todos los grupos políticos y sociales de Talavera era para preocupar a cualquiera. Barreda tomó nota y, como otros antes y después, aunque decir esto me ganará un puñado de enemigos, se volcó con la ciudad.

Eran los tiempos en los que el milagro de Bilbao con el Guggenheim era el ejemplo a seguir. Una ciudad devastada por una crisis industrial definitiva y que vio ante la incredulidad de todo el mundo como una operación cuyo eje era la construcción de una gran arquitectura transformaba hasta los cimientos su vida. Esa operación se estudia hoy por los urbanistas y los economistas de todo el mundo como el paradigma de una transformación ejemplar.

Claro que el intento de copiar el modelo ha cosechado tras aquel triunfo unos cuantos fiascos. Lo que ha quedado en la mayoría de los casos, como el de la famosa Expo, son unos cuantos edificios notables para poner en los manuales de arquitectura y pare usted de contar.

Con el puente atirantado de Talavera se intentó, con toda la buena intención barredista del mundo, dotar de un símbolo a la ciudad y, a la vez, convertir esa obra en un hito de atracción que añadiera valor al patrimonio monumental. La polémica se instaló en la ciudad desde el primer día cuando se habló de los costes, de obra faraónica y de puente hacia la nada, porque entonces era muy limitado el tramo de la variante sur construida. El puente atirantado mayor de Europa (o segundo) se convirtió en el icono del derroche y de los felices tiempos en los que parecía que en España los perros se ataban con longanizas y no era difícil imaginar un Manhattan en cada capital de provincia.

Desgraciadamente, el puente de Talavera ha saltado a la actualidad para mal. Se ha convertido en un hito de la estupidez inherente a la juventud y a la especie humana; una enfermedad difícil de erradicar pero que, afortunadamente en la mayoría de los casos -siempre hay enfermos recalcitrantes-, se cura con la edad. A uno se le ocurre que, vista la atracción que lo prohibido produce y que a pesar de todos los obstáculos que se pongan, siempre habrá alguien dispuesto a "crear contenido", como está demostrado por los diversos videos que corren por la red, la única solución sería recuperar el ascensor (ese fue otro chasco cuando resultó imposible la visita turística) para poner al alcance de cualquiera algo que por lo visto se ha convertido en una atracción fatal hacia la nada.