La política Internacional no es lo nuestro, al menos en buena parte del siglo XX y lo que va del XXI. Preferimos el gallinero nacional. Lo probable es que esa querencia por el gallinero propio y la aversión a acudir a los gallineros internacionales provenga de la herencia. Nada más hay que estudiar cómo hizo España la descolonización. Es curioso, solo a modo de ejemplo, que en ningún lugar de África se hable español y sí francés o portugués que fueron idiomas tan coloniales como el español. ¿Qué pasó y por qué ocurrió? Para repensar nuestro patriotismo cuartelero.
Davos es un pueblo pequeño de Suiza. Por algunos días anualmente se convierte en el gallinero de la globalización y de quienes encarnan esa globalización. Se reúnen los mandatarios de los gobiernos y las grandes empresas para dar un repaso selectivo a la marcha del mundo. Davos es el gallinero de los ricos y poderosos que se refugian en el frío para congelar los efectos de la desigualdad creciente. Allí se impone el distanciamiento y se habla de asuntos globales. Lo del frío tiene su importancia, porque dificulta las manifestaciones de quienes se sitúan contra el Sistema. Las protestas, mejor en temperaturas cálidas, son más cómodas. Las reuniones de Davos están últimamente desprestigiadas. Aún así sigue siendo un foro internacional del que no conviene descolgarse. El último presidente de gobierno de España en Davos fue José Luis Rodríguez Zapatero. La cosa salió mal, por cierto. Ya estábamos incluidos en el grupo de los PIGS, junto con Grecia, Portugal e Italia. Y Zapatero lo remató con su intervención. Pero, mal que bien, España estuvo presente en Davos. Puede tenerse como una forma de patriotismo.
Rajoy no asistió ni una sola vez. En alguna ocasión delegó en el Jefe del Estado. A Rajoy no le interesaba lo que se decía ni, además, lo entendía. Le bastaba con mantenerse en el gallinero local, donde se puede leer, sin sobresaltos, el Marca y donde los gallos, pollos y gallinas son familiares, se les ve venir. Gobernó España como una Diputación. España desapareció de los foros internacionales de la misma manera que desapareció de Europa. En el gallinero propio, uno se siente más seguro. Fuera, se imponen otros modos. No vale todo. España ha estado ausente de Davos y de todas partes, cuando se necesitaba información para conocer la marcha de los asuntos en los momentos más crueles de la globalización. ¿La ausencia de los focos internacionales puede entenderse como patriotismo?
Pedro Sánchez está intentando romper el aislacionismo internacional de España. En pocos meses ha salido más que Rajoy en nueve años de mandato. Sánchez ha denunciado en Davos el desproporcionado crecimiento de las desigualdades. Cada vez más peligrosas porque cuestionan el modelo de arriba abajo. Ha hablado con los representantes de las tecnológicas, entre ella Google, a quien precisamente pretende poner tasas por su gestión. O de la tasa Tobín a las operaciones financieras internacionales. ¿Han notado que estos asuntos se silencian en los medios de comunicación? Y cuando de actuaciones internacionales se trata, como es el caso de Venezuela, en nuestro gallinero se entiende como un asunto de valientes o cobardes. Cobarde se ha llamado a Sánchez por tarta de articular una postura unitaria en la Unión Europea. Para la derecha, atenta en su gallinero particular, lo de Venezuela es una cuestión de “machotes”. Nada de sutilezas diplomáticas o exquisiteces de derecho internacional. Por cierto, la Unión Europea ha reconocido hoy al presidente de la Asamblea Nacional, que es lo que debía suceder. Entre tanto, a Davos no han asistido ni Trump ni Macron, enredados en los “intríngulis” de sus propios gallineros.