Encuestas y confusión
Nos hemos adentrado en una campaña electoral continuada. Entre abril y mayo, en un mes, los ciudadanos tendrán que elegir a los representantes para el Congreso y el Senado, el 28 de abril. En la última semana de mayo se renovarán las Comunidades Autónomas, los Municipios y el Parlamento Europeo. Demasiado juntas, demasiada confusión, sobre todo si no se deslindan nítidamente los ámbitos de elección. Que es lo que está ocurriendo. Y es lo que manifiestan las encuestas: confusión y desorientación del ciudadano.
Las encuestas trasladan a números lo que el ciudadano cree qué va a votar en el momento fugaz de la respuesta, pero no deja de ser una de las variadas simplificaciones entre las que nos desenvolvemos diariamente. Un porcentaje elevado no tiene el voto decidido por confusión. Y quienes manifiestan tener el voto elegido, se muestran igual de confusos. ¡Un desastre! Debe conocerse que la confusión y desorientación tienen costes: en el presente, lo pagamos nosotros; en el futuro, pagarán los que nos sucedan. Si en los días de votaciones se mantuviera el estado de desorientación que reflejan las encuestas estaríamos abocados a Parlamentos atomizados, municipios bloqueados y dificultades para constituir gobiernos estables. Exactamente lo contrario de lo que necesitamos. Vivimos una experiencia parecida en los tiempos de Rajoy. De hecho, convocó unas segundas elecciones con pocos meses de diferencia ante la imposibilidad de disponer de un gobierno estable. Los electores no movieron sus posiciones iniciales. Perdió la estabilidad gubernamental, la economía y el bienestar social. O sea, nosotros. Los costes de esta historieta, nadie los hace.
Las encuestas de estos días anuncian una confusión similar a la de los tiempos de Rajoy. No se percibe en los electores la necesidad de mayorías estables, de gobiernos sólidos. En un escenario fragmentado difícilmente se podrán acometer los problemas de convivencia territorial, la superación de la crisis de 2008, la aprobación de Presupuestos sociales, la ampliación de la democracia, el reforzamiento de los movimientos feministas o ecologistas. Estos últimos amenazados por los negacionistas del cambio climático o por quienes temen la igualdad de los géneros. Se necesita en España un gobierno sólido que condicione a una Europa también peligrosamente confundida. Con un gobierno fuerte sería más fácil el dialogo inevitable con Cataluña. Porque no es cierto que el asunto se pueda resolver con la aplicación del artículo 155 en cualquiera de sus versiones, débiles o fuertes. La convivencia no depende de imposiciones. La convivencia no es otra cosa que un ejercicio permanente de tolerancia para beneficio de los más. Un proceso en el que si se producen ganadores multiplicará el número de perdedores. Así que un voto útil y masivo es lo que se está necesitando. Una mayoría estable en las instituciones de gobierno, aunque a los rivales ideológicos no les guste. En eso consiste la democracia.
Los partidos políticos minoritarios se han demostrado incapaces de dialogar. Y por si cabían dudas, algunos de ellos anuncian como base de su campaña la negativa a acordar y pactar acuerdos de gobierno con otros partidos que no sea la derecha. Cuando la tesitura es que nadie habla con nadie o se veta el dialogo con otros resulta incomprensible que se descalifique el voto útil. ¿Existe algo más estéril que un voto que se pierde? No existen gotas de izquierdas en una sociedad desagregada. El objeto de unas elecciones democráticas no es otro que elegir gobiernos que resuelvan los problemas de los ciudadanos. En todas las elecciones, da igual el ámbito, general, territorial o municipal, lo que importa son políticas públicas niveladoras y soluciones sociales a los problemas diarios, de corto y largo alcance.