El espíritu de la Laboral
Las antiguas Universidades Laborales nacieron con un “espíritu” peculiar. Un espíritu que se fue transformando con el discurso de su propia actividad educativa. Diseñaron su propia narrativa y crearon un relato diferente con el paso del tiempo. En algunas aún permanecen retazos de aquellos comienzos voluntariosos y la emoción por el desarrollo de la gran aventura que se iniciaba y aún continua, aunque transformada. En el momento en el que las Universidades Laborales se transformaron en IES se introdujo un proceso distinto de homogeneización y de pérdidas identitarias. Sin embargo, algo de aquel espíritu primero todavía permanece.
Recientemente propuse en otro diario local declarar a la antigua Universidad Laboral de Toledo, en la actualidad IES, “Bien de Interés Patrimonial o Cultural”, como ya se hiciera en Gijón. Es cierto que la propuesta solo afectaba a elementos materiales: su arquitectura de vigencia contemporánea en una ciudad de inmenso patrimonio histórico; el uso del cristal como ideal de trasparencia, moralidad y esperanzas en el futuro; su dialogo atemporal con el centro histórico, hoy desaparecido por numerosos bloques de viviendas; su trazado de plazas y calles y un diseño geométrico que aporta a las instalaciones la flexibilidad de una arquitectura adaptable a cualquier demanda educativa. Pero, además de los valores físicos, existen otros inmateriales que debieran ser adjuntados al expediente administrativo como resultado de una construcción concreta. Solo en un edificio como ese son posibles unos comportamientos como los que comentaremos. Se trata de ese intangible que, quienes pasan por allí perciben, sin saber describirlo, como el “espíritu de la Laboral”.
Hubo en los inicios muchachos, destinados prematuramente al desempleo o a la explotación laboral, que fueron rescatados de esa condición por el “espíritu” que impelía a estas instituciones. Lo sé porque lo han contado varios de quienes más tarde serían profesores o educadores de la institución. Conozco gentes que tuvieron acceso a un ascensor que les condujo a un estatus económico y social superior al de sus padres y familiares. Precisamente ese ascenso social que en la actualidad, según un reciente informe de la OCDE, cada vez resulta más difícil conseguir. Aquellas instituciones lo posibilitaron entonces y lo continúan facilitando ahora.
El “espíritu de la Laboral” no se resigna a desaparecer, pervive de diversas maneras. Hay profesores que, tras haberse jubilado, continúan volviendo a la “Laboral” a realizar actividades extraescolares o a colaborar simplemente con los nuevos responsables del centro. Sin nada a cambio. Solo con el recuerdo militante de sus historias personales. O, tal vez, con los destellos en la memoria de las oportunidades que ellos tuvieron sin saber bien a quien atribuir tanta suerte. Sé de algún profesor que, en un proyecto de colaboración internacional, ha acompañado a un alumno hasta el país en el que hará sus prácticas laborales. Sin ruido, utilizando parte de su tiempo particular para ayudar a un alumno. ¿Cómo entender estos comportamientos si no es por la pervivencia de un “espíritu” inclasificable?
Un difuso impulso posibilita que profesores y alumnos de la “Laboral” antigua sientan un halo incomprensible. Experimentan algo que no existe en otros centros educativos, ni siquiera privados. Puede ser su arquitectura, la concepción espacial que invita a actitudes colaborativas o hasta el gigantesco mural de cerámica que adorna la cafetería del centro, que todos ven pero pocos reparan en él. Sea lo que sea lo que conforme ese espíritu, su existencia imprecisa sería una razón más para declarar su diseño arquitectónico, la interrelación entre el exterior y el interior a través del cristal y, en fin, el conjunto, tanto material como inmaterial, como un valor a proteger.