Eran tan prometedores...
Nada ha resultado como prometían cuando nacieron. Será ley de vida. Pasa lo mismo con los niños. En ellos depositamos todas las expectativas de futuro, luego la realidad orienta a cada uno en direcciones insospechadas. Escribo de Ciudadanos y Podemos. Surgieron, así lo explicaron entonces, como alternativa a lo que llamaron los “viejos partidos”, desgastados por el esfuerzo empleado en la Transición hacia la democracia. La propia Transición fue cuestionada. Había que acabar con el modelo y explorar nuevos sistemas. La realidad, a día de hoy, ha convertido aquellas promesas en fotografías desvaídas, olvidados eslóganes, pensados para llamar la atención de unos ciudadanos confundidos, estragados por la crisis económica, hastiados por la corrupción que pululaba en la política por aquellos locos años. Lo de la corrupción empezó, sobre todo, cuando en Madrid la Sra. Aguirre se aupó a la Presidencia de la Comunidad con el apoyo de dos diputados corruptos. Y no ocurrió nada. La sociedad y los partidos digirieron, sin rechistar, tanta inmundicia.
Pocos años después las expectativas de los inicios han llegado donde vemos y oímos ahora. Podemos ha sufrido una sangría estalinista. El líder, el único que queda de los que fundaron aquel proyecto que entusiasmó a muchos, ahora pelea por salvar los muebles. Consciente de que el “momento populista” ha pasado, solo queda el “momento personal”. O ministro o nada. Solo con esta fórmula, piensan los actuales dirigentes, podrán disipar los incendios que amenazan a la organización. El poder, como bálsamo de Fierabrás. El otro, Ciudadanos, nacido antes y con carácter restringido a Cataluña, cuando dio el salto nacional lo hizo, según promesas, con el proyecto de regeneración de la derecha tradicional hispánica. En ambos, gente nueva, gente joven, profesionales de distinta procedencia, dispuestos a asaltar los cielos, unos; los otros a construir una derecha menos asilvestrada.
De los iniciadores quedan pocos. Se han ido o les han echado. En estos días Rivera, como dueño voluptuoso del cortijo, ha dicho a quienes discrepan que “inventen” un partido nuevo. Errejón y otros disidentes de Podemos han sido “purgados”. Ciudadanos, una promesa liberal, ha trasmutado hacia una derecha vergonzante. Su posición en los pactos en los que hay que contar con VOX no puede resultar más infantil. Por otro lado, ir repartiendo “cordones sanitarios” a discreción no parece que sea una estrategia acertada en un país con unos resultados electorales que solo permiten pactos. Pactos y más pactos. Las negativas de Ciudadanos han traspasado fronteras. Los liberales europeos nada quieren saber de un partido que pacta con un partido ultra como VOX y se niega a facilitar un gobierno socialista. Rivera, en su afán por merendarse al PSOE y al PP, ha elegido la política “del cuanto peor, mejor”. Su “momento personal” lo atisba entre los escombros y cascotes de los demás. Y de España, ¿qué? El país puede esperar a un salvador, llamado Rivera. La embriaguez narcisista de un dirigente caprichoso.
Las primeras encuestas, tras las elecciones celebradas, y constituidos los gobiernos locales y de Comunidades, apuntan a que los ciudadanos saben que se equivocaron, cuando votaron lo que votaron. Entienden, espero, peligroso que no se pueda formar gobierno con garantías de estabilidad. España ha entrado en el riesgo de un bucle de retorno continuo. Una maldición de los dioses, como ocurriera con Sísifo. Sísifo fue condenado a subir una piedra gigantesca al punto más alto de una montaña. Colocada en el vértice, la piedra caía para que Sísifo volviera a subirla. Y así, toda la eternidad. Aunque esto es mitología. La realidad de España reclama gobiernos estables que solucionen problemas de los ciudadanos. Menos poético, pero más práctico.