Ya ni nos acordamos, pero hace poco más de cuatro años Pablo Iglesias gritaba en un mitin: “Aguanta, Alexis, ya llegamos”. Grecia, Syriza, Alexis Tsipras y Varoufakis estaban de moda en España. En el Sur de Europa se fraguaba una revolución difusa, tras el hundimiento de los socialdemócratas de Francia, Italia o Grecia. En España el PSOE no vivía sus mejores momentos, y llegarían peores. Los países del Sur se alzaban contra una Unión Europea burocratizada, insolidaria, aferrada a políticas “austericidas”. Había llegado el momento de la nueva izquierda, encarnada en un grupo de profesores universitarios. Podemos irrumpía como un tiro en el Parlamento Europeo. También en el Parlamento español. Cualquiera que visitara España en esos años descubriría que las clases medias culturales anhelaban una revolución de parque temático como fórmula para terminar con una crisis que les ahogaba Era una revolución para volver a disponer de las cosas que la crisis y unas políticas torpes se habían llevado por delante. En las redacciones de los medios de comunicación españoles, quienes no eran de derechas – cada día más - tenían sueños húmedos, que impregnaban los escritos diarios, con Varoufakis. Un tipo de profesional urbano, moderno, atractivo, que traía en jaque a la Unión Europea. La revolución de Varoufakis era intelectual, para izquierdistas de mújol, coca-cola y viajes exóticos. En los discursos se prefería a Gramsci o al peronista Laclau, menos agresivos que los teóricos clásicos de izquierdas.
Podemos pronto demostró su fuerza. Recuerden a Pablo Iglesias en una rueda de prensa, tras salir de una entrevista con el rey, anunciando que el Sr. Sánchez sería un Presidente simbólico, por la generosidad de Podemos. Él mismo actuaría como Vicepresidente todopoderoso con mando en Interior, el CNI y la televisión. El resto de ministerios eran asuntos menores. Al final del embrollo y con el apoyo diferido de Podemos el Presidente de Gobierno fue Rajoy, tras la convocatoria de unas nuevas elecciones, un desgarro sin precedentes en el PSOE y el objetivo irrenunciable de Podemos de acabar con los socialdemócratas en las siguientes elecciones, como había ocurrido con el PSF (Francia), PSI (Italia) o PASOK (Grecia). El PSOE solo necesitaba un empujoncito.
Han pasado cuatro años. En Grecia Syriza y Tsipras han sido derrotados por la derecha tradicional. En España, el PSOE ha dejado de ser un partido tambaleante para ser el único con posibilidades de formar Gobierno. Los medios de comunicación, cada uno desde su opción ideológica, hacen lo que pueden para desgastar a Sánchez. Podemos se ha obsesionado con puestos en el Consejo de Ministros y se ha propuesto Iglesias como Vicepresidente del Gobierno. Demasiado riesgo tener en el gobierno a alguien que aspira a sobrevivir, destruyendo al aliado para lograrlo. Buscan el “sorpasso” ahora desde dentro. Para Podemos nada ha cambiado, a pesar de haber sufrido una derrota espectacular. La fórmula de gobierno de Portugal que en repetidas ocasiones han invocado, ya no les vale. Para Iglesias y lo que él representa es otra oportunidad. Si no ganan tiempo –una consulta, “insulto a la inteligencia” - o entran en el Gobierno su estrategia habrá resultado inútil. Sánchez ofrece a Podemos, de nuevo, la posibilidad de apoyar un gobierno socialista con puntos programáticos compartidos. Como en Dinamarca. Sí como en la vez anterior Podemos niega su apoyo habría que ir a nuevas elecciones. En cuatro años, nada es lo que era, ni siquiera lo que parecía, aunque algunos continúan como estatuas de basalto. El excitante Varoufakis no ha conseguido un solo eurodiputado, pero ha entrado en el Parlamento griego con una decena de diputados. En cuatro años todo ha cambiado. Tanto, que nadie recuerda nada.