Iniciamos septiembre, como en los tiempos de Rajoy, sin Gobierno. Lo que preocupa al honrado ciudadano. Máxime, cuando los mensajes disruptivos se producen tanto desde la derecha como de la izquierda, a las que se suman los medios de comunicación y sus maneras de entender la profesión como un trabajo de trincheras. La cuestión que nos ha ocupado y nos ocupará se centra en sí PSOE más Podemos deben formar un gobierno minoritario -importante no prescindir de este matiz - que necesitará de apoyos variados de independentistas y otros, dispuestos todos a vender caro su voto, o sí se convocarán elecciones con las incertidumbres que generan. Por cierto, vender el voto a precios galácticos se acepta con la naturalidad de la sucesión de las noches y los días. Las investiduras no salen gratis, ha dicho Iglesias. No se rechaza la venta obscena del apoyo político en beneficio no de los intereses generales sino de los intereses que cada cual dice representar. En cambio, no se quiere entender que Pedro Sánchez muestre reticencias a formar un gobierno sometido a toda clase de presiones: independentistas, venales o tácticas de quién dependa el día a día. Ahora ya se dan consejos, por si acaso prospera la última opción de Sánchez, para el día después. Se ha escrito en algún digital: apoyen a Sánchez y, a continuación, no le dejen ni respirar. Supongo que invocar el interés nacional con tales planteamientos carece de sentido.
Otro mensaje que se ha trasmitido durante este verano de cambio climático, que se incrementará en los siguientes días, es que los ciudadanos no votarían, sobre todo a la izquierda, si se convocaran elecciones. Porque es un coñazo. Un artículo escogido al azar, publicado en un diario de tirada nacional, lo refleja claramente: “Compasión con el ciudadano”, se titulaba. Y finalizaba “evítennos el bochorno (y el peñazo, que diría Forges) de unas nuevas elecciones. No nos las merecemos". El mensaje condensa el conjunto de otros muchos que vienen a decir compongan gobierno, aunque sea minoritario, tenga los costes que tenga en los próximos meses. Porque, sí las cosas no funcionan, ya volveremos a votar, pero no ahora. Votar ahora, y no dentro de unos meses, sería una carga para el honrado ciudadano al que hay que evitar la tortura de otras elecciones. ¿Cuál sería la diferencia? Extraña lectura de la democracia. Y, por supuesto, la situación se debe a la incapacidad de los políticos, sobre todo de la izquierda –del papel de la derecha se dice poco- para encontrar formulas de acuerdo y pacto. Porque de lo que se trataría es de evitar la vergüenza del fracaso de la sociedad en su conjunto.
El honrado ciudadano es sujeto de derechos y deberes. Es decir, responsable de sus actos y de sus decisiones. No hay que sobreprotegerlo con comportamientos de padres hiperprotectores. Los ciudadanos no pueden olvidarse de un Parlamento laberintico, resultado de sus votos. Los políticos, elegidos por el honrado ciudadano, no son ni mejores ni peores que quienes les han elegido. Escenifican coyunturalmente la incapacidad de los ciudadanos para entenderse entre ellos. Contemplamos en ellos una imagen de nosotros que no nos gusta. Tapemos el espejo: que el honrado ciudadano no vea la imagen distorsionada de sí mismo. Obviemos que el horado ciudadano tiene la obligación de pensar qué vota; tiene el deber de analizar el país en el que vive y en el que quiere vivir. Ocultar las responsabilidades cívicas debilita el poder de la ciudadanía. Encogen los derechos, se diluyen las obligaciones, se deteriora la democracia. El honrado ciudadano deja de ser sujeto de derechos y deberes y se convierte en objeto inerte y manipulable.