Entre tanta confusión todo resulta muy complicado. No sabemos qué elegir, quién tiene razón. Todos parecen tenerla, pero a su vez, nos aturden, nos aturullan. Por eso algunos no votarán. Esto, dicen, no va con ellos. Eso piensan. Solo les importa lo suyo, repiten. Quienes así actúan, se comportan como gentes asociales, egoístas. No quieren participar en los asuntos públicos, colaborar con los demás ciudadanos a encontrar soluciones a los problemas que a todos afectan. Los votos sirven para que los ciudadanos resuelvan, primero, sus conflictos de manera democrática. Y atañe a todos sin excepción.
Votar es elegir un modelo de vida, una forma de relacionarse, una manera de construir un espacio más confortable para todos, sean amigos, adversarios o indiferentes. Ya, muy bonito, pero es un lio. Todos son iguales. Pues, aunque así fuera, que no lo es, se impone votar. No es lo mismo la izquierda que la derecha, no es lo mismo la socialdemocracia que el neoliberalismo. Hay que calibrar el voto. Utilizar la cabeza, en lugar del corazón. La razón, en lugar de la pasión. La implicación, en lugar de la indiferencia. Votar no consiste en elegir a los tuyos, sino a los que en un momento determinado pueden mejorar las dañadas relaciones territoriales, reorientar la economía, garantizar el bienestar social. Hay quE hacer cálculos posibilistas. Es nuestra responsabilidad, que no consiste solo en depositar la papeleta. Los ciudadanos tienen que emitir mensajes mayoritarios para que nadie los interprete en su favor. Los ciudadanos son los responsables directos de lo que suceda en los siguientes meses y años.
El próximo domingo estamos convocados a unas nuevas elecciones. Llevamos tres años sin gobierno No hicimos posible los ciudadanos formar gobiernos estables. Y los partidos, no supieron. No hay lugar para el cabreo o la indignación, en todo caso para la reflexión. Cabrearse o indignarse es asunto de gente que tiene una limitada comprensión de la democracia. El Brexit no es el fracaso de Boris Johnson o de Corbyn, sino de los ingleses. Trumprepresenta el caos de los norteamericanos. El desencuentro entre los partidos políticos en España, es el reflejo de nuestros desencuentros cotidianos. Entre tanto, Cataluña espera. Y no todos comparten idénticas soluciones. Algunos reclaman la fuerza. Aplicar tal o cual articulo. Pero los que gritan mano dura, saben que no es posible ni útil. Una actuación de fuerza alentaría a los violentos. Nada más sugestivo para quienes desean la violencia que se divida en bandos. A los violentos les legitima la violencia ajena. Les permite poner nombre y cara al enemigo. Lo hicieron con Rajoy. Le convirtieron en objetivo de todas las iras, pacificas o violentas.
Lo están intentando con Sánchez. No lo consiguen. Se muestra estático, como un pez frio. Deja que entre ellos resuelvan sus conflictos, sus contradicciones. De hecho van investigar a los “mossos”. Los dirigentes nacionalistas desautorizan a su policía nacionalista. Estamos a un paso de que la revolución incitada se convierta en revolución descontrolada. Nada hubiera venido mejor a Torra que una reunión con Sánchez para escenificar ante su “ejército” independentista que este no quiere llegar a acuerdos. No se consiguen acuerdos, si una de las partes no lo pretende. O no le interesa. El truco está en pedir lo imposible. En Cataluña se dilucida, más que el presente, el futuro. Suyo y nuestro. Para conseguir un futuro y un presente adecuado se necesita el voto de los ciudadanos, de todos. Para que salga un gobierno de mayoría que supere tanta confusión. Para que pueda constituirse un gobierno estable y capaz de encarar una situación tan compleja como la de Cataluña. Es imprescindible votar. No permitan que la confusión les inutilice.