Intermedio
No pasa nada. Y si pasa, lo obviamos. En Madrid se ha organizado, en un mes, una “Cumbre” sobre el clima –en otro momento sería una proeza patriótica– pero, estando Sánchez de presidente ni lo mencionamos o, si lo hacemos, lo hacemos con desgana. Vivimos semanas a la espera de un cataclismo impreciso. Un intermedio sin arrebatos. A la espera de algo tan apasionante sobre sí habrá gobierno o nuevas elecciones, nada tan gratificante para un viejo militante de un viejo partido político –pongamos el socialista– cómo comprobar algo que se podía saber desde los comienzos: que los nuevos partidos, que surgían para suplantar a los viejos, envejecerían aceleradamente. Los materiales de acarreo apresurado no aguantarían –y se sabía- el estrés de la realidad. El deterioro de Ciudadanos parece imparable. La degradación de Podemos vive el enésimo espectáculo de rupturas internas, con gratificaciones extraordinarias, sobresueldos encubiertos y nuevas expulsiones por acoso sexual. Antesse “purgaba” la organización por desviaciones ideológicas, con la laxitud que aquello tenía. En el PSOE se expulsaba por trotskista o similar, que parecía envilecer menos a quien promovía la expulsión. Aunque lo habitual es porque a las direcciones les molestan las discrepancias.
Lo sucedido era tan previsible que el viejo militante no entendía cómo hubo gent que los creyó, que les votó, que soñó con una revolución de salón. Fue un espejismo de los que se producen intermitentemente en sociedades adictas al espectáculo, crédulas en los consumos de innovaciones, predispuestas a las modas efímeras, ansiosas de dosis metabólicas de adrenalina. Una joven mueve a la gente por el cambio climático. Un millón de científicos no conseguirían tanto entusiasmo. El problema no es ella, somos nosotros. Nadie se entretiene en averiguar qué se esconde tras tal o cual aparición fulgurante, tras tal o cual moda, tras tal o cual discurso que repetimos “ad nauseam”, convencidos del hallazgo intelectual que explica las complejidades del presente. Tampoco se trata de recurrir a conspiraciones oscuras, como esas de las cloacas. Al no existir clases, nos cobijamos en identidades emocionales donde la realidad se diluye en el barullo. Las desigualdades se incrementan. Hace tiempo que desapareció la lucha de clases. Se imponía la transversalidad. Un camelo. Marx y Engelsyacen momificados en el panteón de los libros de política.
Cuando alguien reflexiona sobre el momento corre el riesgo de ponerse en modo “cataclismo” y anunciar, como profeta amargado, males inciertos. No seguirá el texto ese camino. Es más importante aconsejar a la gente que no olvide los acontecimientos que han vivido, todo se repite; que acumulen experiencias sin tintes de nostalgias. Aparecerán nuevos vendedores de crecepelo –una profesión en extinción acelerada desde que se hacen implantes que te devuelven la juventud pasada o incluso la juventud que nunca tuviste– o magos de cualquier sector: economistas con la fórmula exacta para mejorar las vidas globales; políticos que iban a tomar los cielos, aunque terminen conformándose con un puesto para él y la compañía. Conviene saber que la mayoría no siempre tiene razón. Las mayorías, en todas las épocas, se mueven más por impulsos emocionales que por raciocinios sopesados. La democracia, al contrario de lo que se pretende, no tiene que ser un espectáculo televisivo o radiado, sino procesos de análisis y debate. Desprecien la personalización de la política. Fulanito –pongan el presidente de tal o cual gobierno– castiga a tal o cual sector, construye carreteras, levanta hospitales o realiza inversiones maravillosas. El nombre sustituye a los procesos. Es cierto que el modelo focaliza los mensajes. A una persona con cara y gestos se le puede odiar o amar, los procesos son inertes. Hasta la siguiente sacudida emotiva o próxima novedad. Chao, chao.